A veces me asusta lo que pasa en Chivas, me descontrola, me desconcierta... pero luego me acuerdo quién es el dueño, quién lo dirige, y se me pasa.
Nada nuevo, aunque ciertamente pensé que en ese equipo ya habían aprendido de sus errores. Honestamente creí que habían cambiado su forma de operar después de tantísimos tropiezos y de poner al equipo incluso en zona de descenso.
Pero con Vergara e Higuera nunca se sabe. Su capacidad de sorprendernos es abrumadora y cuando pensamos que habíamos visto las peores decisiones de escritorio, nos regalan una más, quizá la peor.
La salida de Matías Almeyda le saldrá muy caro al Guadalajara, por el perfil, por la comunión que había entre él, sus jugadores y la afición. Por el estilo de juego, por la filosofía de trabajo, por la inteligencia emocional mostrada en momentos complicados, porque ganó lo que nadie en mucho tiempo, porque mostró que dirigir al futbolista mexicano más que una carga era un reto, porque supo darle el justo tiempo de adaptación a los jugadores jóvenes. Porque le otorgó descanso emocional a Jorge Vergara y supo balancear entre el innecesario antagonismo de Higuera con la imagen del equipo. Porque en Almeyda encontraron lo que buscaron en al menos quince entrenadores: trofeos y estabilidad.
Pero Chivas vuelve a ser Chivas, esas Chivas de Jorge Vergara: inestables, inexpertas, reactivas y de las decisiones incomprensibles.
El futuro del equipo es oscuro: adeudos, inestabilidad directiva, fuga de talento y claro distanciamiento con sus jugadores, a los cuales habrá que aplaudirles la valentía y sensatez por las manifestaciones abiertas de apoyo hacia su entrenador más allá del falso y patético "estamos a muerte con él".
Decir que Chivas es un carnaval se queda corto, más bien parecería fiesta de Spring Break... un verdadero desmadre.
¡He dicho!