Muchos jugadores son vendidos sin su consentimiento: viven donde no quieren y juegan para un equipo por el que no tienen sentimiento alguno. Así es el futbol y el deporte en general.
El director técnico es libre de elegir y de buscar el mejor proyecto posible, aunque sus posibilidades de trabajo son mucho menores que las del jugador.
Sin embargo, cada semestre ofrece una nueva oportunidad más allá de que las satisfacciones personales no estén cubiertas al 100 por ciento. El tema está en cómo encaras el nuevo reto y qué estás dispuesto a hacer para mejorar.
Ignacio Ambriz es un buen ejemplo, no en el sentido de que no tenía deseos de dirigir al León, todo lo contrario.
De entrada parecían agua y aceite: un equipo acostumbrado a arriesgar con un estilo de juego feroz, tal y como obliga el nombre. León nos acostumbró a buscar los resultados, más que a cuidarlos. No podemos decir que procuraban más las formas que el fondo, pero desde su regreso al máximo circuito se dieron a la tarea de encontrar el justo balance entre espectáculo y resultado.
Nacho priorizaba el orden, como todo buen entrenador, pero su estilo era bastante más reservado de lo que hoy enseña con el León, un equipo que se ocupa más de la victoria, en lugar de preocuparse por la derrota.
Impulsado por el sello del club y las herramientas humanas con las que cuenta, Ángel Mena, por ejemplo, es otro caso de "resurrección" futbolística.
Nada nuevo que jugadores que no funcionaron en la Máquina brillen con otra camiseta, tal es el caso del ecuatoriano, quien no llenó el ojo de Pedro Caixinha y encontró una mejor alternativa en el lugar donde "la vida no vale nada". Prueba de ello son los 7 goles en tan solo 8 partidos, cifra que contrasta con los 10 que anotó con Cruz Azul en 64 juegos.
José Juan Macías es otro caso, jugador cedido al conjunto esmeralda, ya que en Chivas no encontró salida. Hoy puede presumir que es el mejor goleador mexicano, con cinco dianas, además de su aporte general al esquema ofensivo de Ambriz.
Con grandes individualidades y un esquema en el que todo parece embonar, al León hay que reconocerle por sus números, su valentía, su estado general y, lo más importante, que lo hace justo después de la salida del goleador icónico del equipo: Mauro Boselli, un titán.
Un León que vuelve a su esencia, a esa que indica que no todos son de su condición.
¡He dicho!