Un equipo trató de hacer lo que quería y el otro simple y sencillamente hizo lo que pudo. Así fue el clásico nacional.
La lectura de Miguel Herrera más allá del tono es la correcta en la parte futbolística: América fue mejor e hizo más cosas para ganar, está claro.
Hablar de merecimientos para muchos resulta estéril, pero es una manera de interpretar lo que sucedió en el terreno de juego, y en ese sentido creo que todos coincidimos en que los locales, más allá del resultado, buscaron con mejores conceptos los tres puntos en disputa. Y lo hizo porque tiene un mejor plantel en calidad y experiencia.
Otra de las formas para encontrar quién fue mejor en el campo es localizando a los más destacados, y en este departamento nadie duda en señalar a Raúl Gudiño y Jair Pereira, y cuando las figuras son un defensa central y un arquero, poco hay que agregar.
La realidad de los dos equipos estuvo reflejada en los 90 minutos, donde sólo uno se asumió como el favorito, y si bien no hablamos de una avalancha americanista, sí generó las mejores oportunidades.
Por eso no es desatinado decir que Guadalajara hizo lo que pudo con lo que tiene disponible, lo que no comparto es la emoción que se trasmitió por el empate. Puedo entender el júbilo por rescatar un punto en la última jugada del partido, pero de eso al estado de satisfacción debería haber un largo trecho, porque independientemente de que Chivas no viva épocas doradas, tampoco puede autocobijarse, porque hablamos de un Clásico, de un partido diferente, de 90 minutos donde se enfrentan las filosofías y donde dicen lo que han estado ahí, un partido de estas características se gana con futbol sí, pero también con coraje... con huevos, pues, para decirlo claro. No quiere decir que Chivas no haya jugado con determinación, sólo que los empates no se festejan, el orgullo debe dar para más.
El Clásico cumplió a secas, dejará para el recuerdo y el anecdotario la atajada del penal y nada más, lo que debe quedar en el marco de las reflexiones es que se necesita un protocolo de conmoción cerebral en la Liga y que se cumpla al pie de la letra.
La decisión de volver al campo tras un golpe en la cabeza no puede bajo ningún concepto quedar en manos del futbolista, es ridículo y altamente peligroso. Hay que darles herramientas a los médicos para que puedan evaluar mejor y con más tiempo. Más prevención y menos interpretación, el tema lo amerita.