He Dicho

El regreso de la historia

Tiger Woods no se rehabilitó hace año y medio para volver a jugar con los mejores del golf, sino para poder hacerlo con sus hijos, escribe Miguel Gurwitz.

Podríamos contar la historia de un deportista que obtuvo su victoria número 81 como profesional, que significó la número 15 en cuanto a torneos mayores y que lo ubican como el segundo más ganador. La historia de un deportista que hace apenas año y medio era el mil 119 del mundo.

También destacar sus extraordinarias capacidades: de su gigantesco espíritu combativo, de su precisión, de su temple, de su carácter y de las múltiples conquistas en los campos de golf. De las generaciones que impulsó, de lo que representa para el golf y para el deporte en general, de lo que implica su simple presencia y lo que dolió su ausencia… Nos faltarían hojas.

Pero la historia cobra otra dimensión si le agregamos que apenas 18 meses atrás, esta misma persona apenas podía levantarse de la cama debido a cuatro cirugías de espalda, problemas en las rodillas y una década con la desgracia como sello.

Por eso el domingo no se trató de números ni trofeos, ni de la primera vez que gana viniendo de atrás. Tampoco de silenciar a quienes lo pisotearon. Menos de detractores ni adoradores. Ni siquiera del escalofriante rugido de Augusta National cuando la pelota desapareció en el hoyo del 18, o de su mirada al cielo con los brazos arriba como señal de triunfo. No.

Fue el abrazo de sus hijos. La amorosa y auténtica expresión de unos niños que nunca antes habían visto ganar a su padre en vivo. Esa es la imagen del éxito, el personal, el que verdaderamente vale.

Y lo es porque Tiger Woods no se rehabilitó hace año y medio para volver a jugar con los mejores del golf, sino para poder hacerlo con sus hijos.

Es el abrazo del alma, el mejor premio al regreso de la historia.

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