Podemos partir con un concepto simple: la justicia absoluta no existe en ningún ámbito de la vida, ya que este concepto está basado en leyes que pasan por la interpretación o criterio de una o varios personas.
Durante las primeras lecciones en la escuela de leyes se establece el concepto de justicia como "la constante y perpetua voluntad de dar a cada quien lo que se merece".
Entendido esto, podemos aterrizar en terrenos deportivos: el VAR. Una herramienta tecnológica creada para reducir, sí, reducir del margen de error para entonces poder ser un poco más justos en la impartición de la justicia en los partidos de futbol. Para eso fue creado, y para que no se dependiera de una sola persona que tenía que decidir en fracción de segundos.
Debemos entender que esta tecnología no fue implementada para ayudarle al árbitro sino al juego en general: a quienes lo ejecutan, lo planean, quienes lo soportan económicamente y quienes lo gozan tanto en la tribuna como en la televisión.
También es necesario terminar de entender que su implementación no tenía como objetivo fungir como el Salón de la Justicia donde siempre ganaban los buenos, no; nunca fue ofrecido como la herramienta perfecta. No lo es ni lo será porque la justicia por sí misma termina dependiendo de la interpretación del ser humano por más reglas que existan.
La tarea pendiente por parte de FIFA es homologar su utilización en el mundo entero, es decir, establecer protocolos más estrictos.
Una buena opción es copiar el modelo de la NFL y que sean los mismos entrenadores quienes soliciten la revisión de determinadas jugadas: una cada tiempo, por ejemplo. De esta forma el mismo equipo es responsable de la elección de las jugadas y el resto queda sujeto a la capacidad del árbitro.
Formas hay muchas, pero resulta indispensable comprender que la aplicación de la justicia es siempre subjetiva y que el espíritu del VAR no es ni ha sido nunca ofrecer justicia pura y total.
Se trata de madurar y aceptar que el error seguirá siendo parte del juego con y sin tecnología.
Antes, el "villano", "mafioso", "vendido" era uno solo, ahora resulta que son cinco o seis.
Definitivamente nada les embona.
¡He dicho!