He Dicho

Larga vida a los Patriotas

Ser testigo de los triunfos de los Patriotas de Nueva Inglaterra no debería generar u odio deportivo, todo lo contrario, deberíamos estar agradecidos de poder ver a un equipo histórico, analiza Miguel Gurwitz.

Ver a los Patriotas en un Super Bowl es como ver tu película favorita varias veces: sabes cómo va terminar, pero igualmente la disfrutas. Porque de eso se trata ver a Nueva Inglaterra en el juego más importante de la temporada, de disfrutarlos, de admirarlos y de aplaudirlos, independientemente del equipo al que apoyes.

Ser testigo de sus triunfos no debería generar hartazgo u odio deportivo, todo lo contrario, deberíamos estar agradecidos de poder ver a un equipo histórico. Si es el mejor de todos los tiempos es otro debate, igualmente si Tom Brady es o no el mejor mariscal de campo, y Bill Bellichick el mejor entrenador.

Lo que no ofrece espacio para la discusión es que este binomio es por mucho el más exitoso y, por ende, el mejor. Y lo es primeramente por la cantidad de anillos que presumen y los múltiples viajes al Súper Domingo. Lo es porque después de 19 años de relación laboral, ambos le han cerrado la puerta al ego, que podría sonar fácil, pero en esos niveles la egolatría es capaz de echar a perder cualquier cosa. Lo es porque cada uno entiende que se necesitan y a la vez no necesitan a nadie más para probar que son perfectos. Lo es porque ninguno se cree más importante que el otro. Lo es porque saben poner sus intereses personales en segundo término. Lo es porque sin importar cuántos receptores, corredores, linieros, profundos, pateadores o coaches hayan pasado por el equipo, ellos dos siguen inspirando y ganando.

Ver jugar y ganar a este equipo debe ser considerado un privilegio. No podemos cegarnos y darle la espalda a una de las dinastías más dominantes del deporte en general.

Y si no nos cansamos de ver a Michael Phelps en lo más alto del podio, a Messi haciendo goles, a Cristiano levantando trofeos, a Federer coleccionar Grand Slams o a Tiger Wooods dominar cualquier campo. Si nuestra capacidad de asombro fue inagotable cuando veíamos jugar a Maradona o los que tuvieron la dicha de hacer lo mismo con Pelé. Si no nos aburrimos al recorrer la vitrina de trofeos de Serena Williams, la de Yanquis de Nueva York con su inagotable fuente de estrellas. Si nuestra lista de elogios es inagotable cuando hablamos de Michael Jordan y nuestras apuestas nos obligaban a poner siempre en primer lugar a Michael Schumacher. Si aún nos emocionamos cuando vemos las peleas de Julio César Chávez y si nos gusta ser testigos de la historia, por qué habríamos de odiar a los Patriotas de Nueva Inglaterra.

Larga vida a Bill Belichick y Tom Brady juntos, al menos a mí no me aburre ser testigo de la grandeza deportiva. He dicho.

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