Deseo, más que pronóstico.
Los elementos ahí están para no perder la esperanza de tener una Final que verdaderamente nos obligue a abrirle espacio en nuestra memoria, para recordar la manera en que se jugó y logremos hablar del campeón como el equipo que logró cristalizar sus intenciones utilizando la ambición como vehículo y del subcampeón como el que entregó la última gota de sudor.
Pero que lo hagan como propuesta inicial y donde la única necesidad que exista es la de levantar los brazos cuando el árbitro pite el final.
Que no jueguen a buscar el resultado y no con él.
Que no se cuiden en exceso.
Que sea más el deseo de triunfo que el temor a la derrota.
Que ambos equipos entiendan la necesidad de ser recordados no solo por el resultado sino por la manera en que intentaron conseguirlo.
Que la gula no sea pecado y que permanentemente busquen más.
Que echen mano de todas sus herramientas.
Que ambicionen más de lo que temen.
Que salgan a jugar pensando que esta es la última oportunidad para trascender y posiblemente la última final que van a jugar.
Que piensen que la vida es como la pelota y uno nunca sabe hacia donde rodará mañana.
Que piensen cómo quieren ser recordados.
Que sea digno el campeón y también el subcampeón.
Que el que gane lo haga con la deportividad y la grandeza que implica y el que pierde que lo acepte con hombría y madurez.
Al final no pido mucho, solo que sean lo que son: fieras.