Su primera misión ocupando la silla más poderosa del futbol era limpiar la imagen del organismo y desmarcarse del chiquero que dejó Joseph Blatter con los múltiples casos de corrupción que terminaron en manos de la justicia norteamericana.
Intentó de entrada alejarse del escritorio para acercarse a la cancha. En materia de política sólo quedaba un asunto pendiente por ser resuelto: darle a Estados Unidos su Mundial, el que merecía, y para no ser tan obvia la jugada, se repartió una pizca de organización a México y otra a Canadá, aunque, a decir verdad, eso iba a suceder sin importar el apellido ni el origen del comandante supremo del futbol.
Gianni Infantino ha cumplido con sus obligaciones políticas como presidente de la FIFA, no así con lo deportivo.
Parte de las obligaciones del jefe ejecutivo de cualquier empresa es buscar permanentemente mejorar la calidad del producto, en este caso, el futbol, y ahí las decisiones que han adoptado van en detrimento de lo antes mencionado.
Jugar un Mundial con 48 equipos no refleja justicia ni inclusión; tampoco tiene que ver con brindar más oportunidades. No se lo venda al aficionado como un gesto de bondad.
Aumentar la cuota de equipos en el Mundial es un atentado directo a la calidad de su producto más importante, y quien no piense así está rotundamente equivocado, ya que la justa de cada cuatro años es para los mejores, para premiar la excelencia, no la mediocridad. Representa una vitrina para lo mejor del planeta futbol; es para los que pueden, no para los que quieren.
Esta puñalada a la calidad del evento debía esperar al 2026; sin embargo, Infantino dijo ayer que está planteada la posibilidad para que esta medida sea adoptada para el siguiente ciclo en Qatar, lo que representaría adelantar la decadencia del que en algún momento llegó a ser considerado el mejor evento deportivo del mundo.
La exigencia al presidente debería seguir siendo la misma: menos política y más futbol; menos intenciones de voto y más futbol; menos dinero y más futbol; menos populismo y más futbol.
Señor Infantino: ya limpió la oficina, ahora no acelere el proceso que ensuciará dramáticamente la cancha.