Pese a la poca presencia de nieve y chimeneas en nuestro territorio y de ser una figura relativamente reciente en el país, Santa Claus se adaptó y adoptó en México como una de las clásicas imágenes navideñas que actualmente convive con el Nacimiento y los Reyes Magos, aunque no libre de sospechas, pues conforme las generaciones más recientes crecieron y crecen, descubren entre verdades y exageraciones que este hombre rechoncho, barbón y risueño es una representación simbólica norteamericana, cuyo proceso de construcción deslavó el peso histórico y espiritual de sus antecedentes europeos –ligados a los rituales de solsticio y posteriormente, al cristianismo– hasta que, por efectos publicitarios, quedó hecho un ícono del consumismo. Claro, una vez caducas las ilusiones infantiles, cada quien le da el sentido que concluya a esta figura que para hacerse lugar entre los mexicanos libró varias luchas, una de ellas, contra Quetzalcóatl.
Por siglos, los nacimientos fueron la figura emblemática de la Navidad mexicana (junto con las pastorelas y las posadas), sin embargo, durante el siglo XIX se vivió una inmigración europea y estadounidenses que cobró especial auge durante el gobierno de Porfirio Díaz, con ellos llegaron los arbolitos navideños y Santa Claus. Por otra parte, muchos migrantes mexicanos replicaban estas costumbres a su regreso de Estados Unidos. Poco a poco, la publicidad y los medios masivos de comunicación también difundieron su imagen, para los años 20 del siglo pasado ya se le veía a la entrada o en los aparadores de algunas jugueterías de la Ciudad de México.
A la par, sus detractores crecían; en las páginas de los periódicos sobraban intelectuales, periodistas y figuras públicas en general que lo pintaban como un invasor de la cultura estadounidense, ajeno a nuestra historia, raíces y creencias católicas. Conforme el ambiente posrevolucionario se cargaba de un fuerte ánimo nacionalista y unificador, el combate se intensificó en todas las esferas, incluso la política.
El 27 de noviembre de 1930 los grandes diarios de circulación nacional anunciaban que por decreto presidencial, Quetzalcóatl sería el símbolo de la Navidad en nuestro país con el fin de combatir las expresiones extranjeras y "engendrar evolutivamente en el corazón del niño amor por los símbolos, divinidades y tradiciones de nuestra cultura y nuestra raza", esto según el entonces Secretario de Educación Pública, Carlos Trejo y Lerdo de Tejada en entrevista para El Universal. Nadie defendió a Santa Claus, pero tampoco a la serpiente emplumada. La población cuestionó la idea pese a las campañas de promoción y el apoyo mediático –"Quetzalcóatl está de moda", proclamaba la portada de El Nacional del primero de diciembre–, sin embargo, el gobierno se mantuvo firme en su idea y el 23 de diciembre, en el Estadio Nacional, un hombre personificó al dios mesoamericano y obsequió dulces y juguetes a unos 15 mil niños, quienes además presenciaron ceremonias prehispánicas.
Aquello fue un fracaso, Quetzalcóatl no regresó la siguiente Navidad, en cambio, Santa Claus ganó año con año terreno hasta que, como muchas otras expresiones culturales del extranjero, eventualmente se acomodó en los hogares del país y hoy convive con los Reyes Magos, que aún cumplen, según estadísticas recientes, con los deseos del 62 por ciento de los niños mexicanos.