México, no me abandones, reza un mural en la frontera norte.
La elección de Donald Trump, de regreso a la presidencia de Estados Unidos, despierta en México una mezcla de preocupación y resignación. No se trata únicamente del cambio de administración, sino de un movimiento profundo, de un resurgimiento de políticas y discursos que impactan directamente en la relación bilateral. Trump no llega solo; lo acompaña un retorno de visiones radicales, un endurecimiento en la retórica antimigrante y, con él, una carga invisible, pero tangible: la xenofobia y la desconfianza, que calan en la atmósfera social y que, como ya hemos visto, pueden traducirse en un aumento de los crímenes de odio y una mayor hostilidad hacia las comunidades latinas.
Desde México, observamos cómo se despliegan las piezas de esta nueva administración y las figuras que asumirán los cargos de mayor peso en temas económicos, de seguridad y migración. Sin embargo, lo que podría pasar desapercibido es el impacto subyacente de esta administración en nuestros connacionales que viven del otro lado de la frontera, muchos de ellos en situación de vulnerabilidad. Con una diáspora de casi 12 millones de indocumentados en Estados Unidos, México enfrenta el reto de brindar apoyo en un contexto de alta presión, y esto se evidencia en la capacidad, o falta de ella, de los consulados mexicanos, los cuales constituyen el único recurso directo de protección para quienes se enfrentan a la incertidumbre en un entorno cada vez más hostil.
Contamos con 49 consulados en Estados Unidos y una representación en Washington, pero la red es insuficiente para atender las demandas de una población que vive en constante riesgo de ser separada de sus familias, deportada o sujeta a violencia y discriminación. La realidad es clara: los consulados están sobrecargados y no cuentan con los recursos ni la estructura necesaria para enfrentar un posible aumento en las deportaciones y las políticas migratorias de corte radical que podría implementar la nueva administración. México tuvo la oportunidad de fortalecer su presencia consular y desarrollar un programa robusto de asistencia durante el periodo de Biden, cuando la atmósfera era menos densa y la colaboración era viable. Pero la previsión y la preparación parecen haber quedado relegadas ante la comodidad de un respiro temporal.
La falta de anticipación tiene consecuencias concretas. Una administración hostil a los migrantes mexicanos impactará no solo en las remesas, vitales para la economía de muchas familias en México, sino también en las dinámicas sociales y laborales de Estados Unidos, afectando, por extensión, los intereses de México en el ámbito económico y diplomático. La pérdida de estabilidad y seguridad de nuestros connacionales se traduce en una pérdida para México, tanto en lo financiero como en lo social. Y no es un tema menor, porque detrás de cada migrante hay una historia de superación que fortalece, de forma directa o indirecta, la economía y la cultura de ambos países.
Ante este panorama, México necesita replantearse su estrategia de apoyo en el exterior. No es solo cuestión de infraestructura, sino de tener una visión estratégica que entienda el fenómeno migratorio desde su origen y su impacto transnacional. Es necesario revaluar el papel de los consulados y aumentar los recursos destinados a estos, desarrollar programas específicos de asesoría legal y protección, y garantizar que nuestros compatriotas no se sientan abandonados. En lugar de reaccionar una vez más a las circunstancias, México debe posicionarse de forma proactiva, mostrando que tiene la capacidad de proteger y respaldar a sus ciudadanos donde quiera que se encuentren.
Antes del fin
Trump y su equipo nos recuerdan que el mundo no se detiene, que los ciclos de inestabilidad pueden regresar, y que dependerá de nuestra preparación enfrentar estos cambios sin dejar atrás a millones de mexicanos que han construido una vida en Estados Unidos. La pregunta que México debe hacerse ahora es clara: ¿cómo podemos responder de manera efectiva a las necesidades de nuestros connacionales en el contexto de una relación bilateral incierta? La respuesta requiere más que diplomacia; exige inversión, previsión y un compromiso genuino de proteger a aquellos que han dado tanto por el país.