La historia nos ha enseñado que el horror no aparece de la nada. Se gesta en las sombras, avanza en silencio y, cuando se hace evidente, suele ser demasiado tarde. El Holocausto no empezó con los hornos crematorios de Auschwitz, sino con listas de nombres. El genocidio en Ruanda no comenzó con machetes, sino con discursos de odio en la radio. El horror siempre tiene un punto de origen.
México lo ha alcanzado.
En Teuchitlán, Jalisco, un rancho convertido en centro de exterminio ha revelado la crudeza de la violencia en el país. No es una fosa común más. Es un sitio diseñado para la desaparición total: hornos crematorios improvisados, restos humanos calcinados y más de 493 objetos —zapatillas, mochilas, prendas— pruebas de vidas que fueron borradas.
Estos hallazgos han cimbrado a la opinión pública. Pero la pregunta que flota es la más inquietante: ¿sólo nos escandalizamos o finalmente actuaremos?
Los ecos de la historia: Del holocausto a la impunidad mexicana
Cuando los aliados liberaron los campos nazis, la pregunta no fue qué había sucedido, sino cómo se permitió que ocurriera.
Muchos alemanes dijeron que no sabían lo que pasaba en los campos de exterminio. Dijeron que vieron los trenes, pero no hicieron preguntas. Dijeron que vieron el humo negro, pero no quisieron saber qué significaba. Dijeron que escucharon rumores, pero que era más fácil mirar hacia otro lado.
Hoy, en México, ya no podemos darnos ese lujo.
Desde hace años, colectivos de madres y buscadores han denunciado la existencia de hornos clandestinos en Jalisco, Veracruz, Tamaulipas y Michoacán. Desde hace años, se han documentado ejecuciones sistemáticas y desapariciones forzadas. Desde hace años, las autoridades han elegido no ver.
Ahora la realidad es innegable: lo que se ha descubierto en Jalisco es un aparato de exterminio en pleno funcionamiento.
Y eso cambia todo.
Crimen de lesa humanidad: Lo que México no quiere reconocer
El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional es claro: un crimen de lesa humanidad ocurre cuando hay asesinato, desaparición forzada o exterminio sistemático de una población civil.
Lo encontrado en Teuchitlán cumple con estos criterios.
No es una ejecución aislada. No es una disputa territorial. Es una infraestructura criminal dedicada a borrar cuerpos, a borrar identidades, a borrar rastros.
La violencia del narcotráfico dejó de ser solo una cuestión de asesinatos y secuestros. Hoy, en México, el crimen organizado ha desarrollado un mecanismo de exterminio masivo.
La gran pregunta es: ¿por qué el Estado no lo llama por su nombre?
El dilema de Claudia Sheinbaum: ¿Actuar o repetir el patrón de omisión?
La presidenta Claudia Sheinbaum ha ordenado a la Fiscalía General de la República tomar el caso. El fiscal Alejandro Gertz anunció una investigación sobre las omisiones previas de la Fiscalía de Jalisco, que en años anteriores intervino en la zona sin encontrar nada.
Pero esto no puede ser tratado como un caso más de seguridad pública.
Si Sheinbaum quiere marcar una diferencia con sus predecesores, debe reconocer que México enfrenta una crisis humanitaria de dimensiones históricas.
La desaparición de más de 114 mil personas no ocurrió en un vacío. Es el resultado de una maquinaria de impunidad que ha permitido que el crimen organizado opere con el mismo nivel de sistematicidad que los peores regímenes de exterminio del siglo XX.
Si el gobierno trata esto como un hallazgo aislado y no como una evidencia de crímenes de lesa humanidad, entonces habrá fallado en su deber más básico: proteger la vida de sus ciudadanos.
Cuando en 1994 las Naciones Unidas recibieron reportes del genocidio en Ruanda, tardaron demasiado en actuar. En 1995, cuando la comunidad internacional supo que en Srebrenica miles de bosnios musulmanes estaban a punto de ser ejecutados, la respuesta fue tibia. Cuando finalmente intervinieron, ya era demasiado tarde.
El mundo ha aprendido a reaccionar cuando los crímenes ya son irreversibles.
¿Vamos a esperar a que en México ocurra lo mismo?
Antes del fin
En 1945, cuando los ciudadanos alemanes fueron obligados a caminar por los campos de concentración, no pudieron seguir fingiendo que no sabían. Tuvieron que ver los cuerpos. Oler la carne quemada. Mirar a los ojos a los cadáveres que su indiferencia permitió.
Hoy, en México, estamos en el mismo punto.
Podemos seguir ignorando lo que ocurre en Jalisco. Podemos seguir creyendo que es solo un problema del narco. Podemos seguir repitiendo que no hay genocidio sin un Estado detrás.
O podemos ver la verdad:
El exterminio ya está ocurriendo.
Y la pregunta que nos quedará para la historia será esta:
¿Cómo permitimos que pasara?