Marcelo Ebrard dio un paso relevante el pasado fin de semana, al definir su siguiente etapa rumbo a las elecciones de 2024 por la presidencia de México. Después de una intensa campaña en TikTok y otras redes, que le dio relativos dividendos, pero no suficientes, ahora apuesta a crear una estructura nacional en los 300 distritos electorales, con responsables para impulsar su candidatura.
Con esa puesta en escena y 10 mil almas coreando “presidente”, a partir de enero comenzará a caminar los estados del país para acercarse a la gente. Aunque es un plan similar a lo que hizo López Obrador mientras estuvo en campaña, parece centrar sus pretensiones en diferenciarse de su rival, Claudia Sheinbaum, supuesta favorita y que ha logrado convencer a muchos obradoristas de que es la calca exacta del actual presidente. Un arma de doble filo, porque, así como suma, puede también alejar, por ejemplo, a la importante clase media.
La alta popularidad de la jefa de Gobierno, precisamente ha dependido de esa peligrosa fórmula Sheinbaum-AMLO; y digo peligrosa, porque puede ser una ilusión que depende de los altibajos presidenciales y no precisamente de ella misma. Su popularidad no se explica de otra manera, sobre todo cuando carga con la derrota electoral de hace año y medio, y un gobierno con magros resultados.
A diferencia de Ebrard, la estrategia de Claudia Sheinbaum bajo el aura de “ser la elegida de AMLO”, se ha colgado de la estructura de los gobernadores para acercarse a la gente. Marcelo, en cambio, apuesta por su propia red, ofreciéndole independencia, incluso de Morena y de López Obrador.
Ambos tienen sus objetivos fijados en las encuestas que se celebrarán el próximo año y que definirán al candidato o candidata. Ambos enfrentarán riesgos, cada vez más crecientes, y que deberán saber administrar y gestionar cuando llegue el momento de afrontarlos con coherencia y confiabilidad.
Al parecer, López Obrador se ha visto orillado, cada día que pasa, a reflexionar su apoyo y definiciones. Últimamente ha sabido ser imparcial al procurar darle a sus tres corcholatas el mismo espacio, pronunciamientos y amor. Por igual número de ocasiones les llama “hermanos” y “hermanas” a Marcelo, Adán y a Claudia. Pareciera que pretende frenar esa contundente idea de que ella es la favorita. ¿Quién será Abel, y quién Caín?... ¿o habrá parricidio?
Y es que, aunque López Obrador sueñe el futuro de México con Sheinbaum, entre los diferentes escenarios que se analizan, no sólo está sobre la mesa quién ganará la presidencia, sino quién es la persona que dividirá menos a Morena, y al mismo tiempo garantizará mayorías en el Congreso de la Unión.
Por ahora, Claudia es quien más ha dividido al partido, no sólo por el pleito abierto con Ricardo Monreal, vía Layda Sansores. El zacatecano, guste o no, es un político que además de crecer en presencia mediática, ya baraja opciones para abandonar a los guindas, lo que significaría un primer boquete de importantes dimensiones en el partido, lo cual repercutiría en la contundencia del triunfo que espera López Obrador para el 2024.
Si a ello sumamos la nueva e independiente estructura que ya construye Marcelo Ebrard, la peligrosidad se incrementa para el presidente, porque crece la posibilidad de una multitudinaria fuga, si el canciller considera que hubo mano negra a favor de otra de las corcholatas. De suceder esa desbandada hacia otros partidos de oposición, representaría una hemorragia que puede llevar a Morena a una derrota descomunal.
¿Se imaginan a Ebrard encabezando una alianza, por ejemplo, a lado de Monreal y del joven Colosio? Ya no se diga si a éstos se suman liderazgos del PAN y del PRI, justo como lo que hizo en su momento López Obrador… y sigue haciendo.
Viene la temporada navideña y con ella la calma chica en la política mexicana. Pero tanto Claudia como Marcelo, ya preparan los yelmos, brazaletes y grebas, para que, después de reyes, los caballos salgan a galope buscando derribar a su oponente.
Por cierto, y ya para terminar, vayan preparándose para leer las revistas del corazón. Tanto Marcelo como Claudia están listos para ventilar su amor, parejas y por supuesto una boda en ciernes desde donde diluviará amor desde las páginas de papel cuché, que tanto disgustan al López Obrador. Pero campaña es campaña, y vale la pena unos miles de votos a cambio de vender la imagen en las revistas y secciones de clase social.
El autor es periodista mexicano especializado en asuntos internacionales.