Una nación, un partido político, una empresa, incluso una religión, si descomponen sus leyes y funciones primarias para corromperlas, en lugar de apostar por preceptos más allá del progreso, modernización o democratización, entonces están firmando su próxima desaparición.
Tratándose de un partido político, si este deja de plantearse objetivos enfocados en servir a sus bases, a la sociedad en general, a impactar positivamente en el presente de un país para que su futuro sea mejor y, contrariamente, apuesta por ser una camarilla para perpetuarse en el poder y así atrincherarse para eliminar la democracia interna, entonces su destino debe ser el destierro.
El PRI es ese partido. Increíblemente, ha comenzado a hacer lo opuesto de lo adecuado, que es rejuvenecer, democratizarse, innovarse. Si, de por sí, su prestigio ha sido aterrador con figuras y grupos que llevan en la cruz de su parroquia los símbolos de la corrupción, criminalidad, injusticia, excesos, enriquecimiento ilícito y uso del gobierno para desgobernar sistemáticamente al verlo como un botín, ahora retroceden de nuevo, al dejar abierta la posibilidad de que un grupo, de los menos prominentes, se reelija.
Paralelamente, México vive una crisis respecto a su sistema de partidos. No logran surgir agrupaciones políticas nuevas que refresquen las ideologías y los proyectos, así como el carácter de lo que es gobernar frente a un mundo que requiere soluciones activas.
Morena es la última agrupación política que surgió de una base ya establecida y constituida desde hace más de 25 años, aquella izquierda del año de 1988. Logró empoderarse, aunque actualmente mucho se compara con el PRI de antes, el hegemónico y predominante. De hecho, varias de sus actuales figuras se desprendieron de ese priismo rancio.
La crisis de partido se ha extendido al PAN y a MC, quienes no saben gestionar sus derrotas, sobre todo el PAN, donde no se han podido recuperar desde que fueron derrotados en las presidenciales de 2011. Actualmente, su prioridad es sobrevivir y echar mano de la improvisación y la ocurrencia, de los errores de los otros, y no de los aciertos de sí mismos. El PAN camina hacia lo que hoy es el PRI, un partido en proceso de disección.
MC es un partido que sigue apostando a las apariencias para mantener un voto que supera el 10 por ciento nacional. Difícilmente trascenderá cuando lo gestiona un dueño y hace sus apuestas en cada elección dependiendo del mercado de votos.
El PRI tuvo, quizá, una última oportunidad para tratar de revertir su obscuro pasado, pero en manos de la actual dirigencia se encamina hacia sus últimos suspiros. El PRD se les adelantó y al parecer el PRI sigue su camino. Se han convertido en un partido sin ideas, sin propuestas y sin estructura. Viven del pasado y de las luchas internas que desangran lo último que les queda.
La Asamblea Nacional del PRI decidió aprobar reformas que le permitirán a Alito Moreno perpetuarse hasta 2032 como presiente del partido. Ha sido uno de los históricos del PRI, pues se afilió cuando apenas tenía 16 años; actualmente tiene 54. Ha sido diputado y senador, presidente nacional del Frente Juvenil Revolucionario. Ha ocupado diversos tipos de secretarías dentro del CEN del PRI y fue gobernador de Campeche entre 2015 y 2019. A partir de ese año es presidente nacional del tricolor.
Actualmente, ha roto con personalidades históricas del priismo, como Osorio Chong, Dulce María Sauri o Manlio Fabio Beltrones. Y si bien es cierto que llegó a la dirigencia con un partido “derrotado”, como lo afirma en varias entrevistas en medios, queda claro que a lo largo de estos cinco años de su dirigencia, se ha encargado de depreciarlo aún más. Para muestra, un botón: no solo se quedó sin candidato presidencial por primera vez en su historia, sino que su partido sucumbió hasta el cuarto lugar en asientos obtenidos en el Congreso de la Unión.
Además, en 2019, cuando Alito Moreno llegó a la dirigencia del partido, gobernaba, solo o en alianza, 12 estados de México. Después de las elecciones de 2024, gobiernan únicamente en Coahuila y Durango.
Si estos resultados, solo por mencionar algunos, no obligan, por iniciativa propia, a cualquier dirigente nacional a renunciar, entonces vemos que la sinvergüenza se impone y lleva consigo otros objetivos que el futuro y la prosperidad del partido. Quedaron ya en el olvido las palabras de Enrique Peña Nieto, quien dijera en marzo de 2017: “mientras otros partidos se encaminan a la división, a las pugnas internas o a la demagogia autoritaria, nosotros nos mantenemos cohesionados y con la unidad necesaria para vencer; para servir a México con responsabilidad. Hoy, más que nunca, la unidad, la disciplina y la lealtad partidista nos deben distinguir”.