Ya hasta perdimos la cuenta de cuánto tiempo llevamos en campaña, pero al fin concluyó la pesadilla electoral.
Ahora por delante solo queda la emblemática fecha del 2 de junio, en la que se definirá el futuro del país y la continuidad o la disrupción de un proyecto político y social que llegó al poder respaldado por más de 30 millones de votos en 2018.
En los últimos días, unas campañas políticas de bostezo, aunque lamentablemente laceradas por la violencia, llegaron a su fin en este gran circo que es la política mexicana, con actos de cierre como el de los trapecistas, chapulines y funambulistas que de pronto ya llevan otros colores.
También hemos sido testigos de un llamado tanto de la oposición como del oficialismo a salir a votar. Cada cual ha hecho su cálculo político y es que para dar legitimidad a la democracia es necesario que la ciudadanía emita su sufragio, así sea, como lo prevén expertos, con un porcentaje muy bajo entre los 98 millones 329 mil 591 mexicanos y mexicanas que tienen su credencial de elector y que pueden votar en este 2024.
Es un hecho que México por primera vez en la historia será gobernado por una mujer, pero cuándo vamos a cambiar y a transformarnos en una potencia, en un país en el que haya una distribución más equitativa de la riqueza.
El fondo del asunto, una vez superada la elección, es nuestra responsabilidad y nuestros derechos como ciudadanos.
Porque sin importar el partido, se trata de la misma obra de teatro, pero con diferentes actores, del mismo diablo con una peluca distinta.
Esta obra a la que nos referimos es por todos conocida. Es una tragicomedia en la que la ciudadanía aporta los votos —que son el fundamento y la expresión máxima de la democracia—, pero inmediatamente después queda relegada a segundo término. Vamos, ni siquiera podemos participar como extras, pues los políticos y políticas nos confieren el impotente papel de espectadores, que mirarán durante los siguientes seis años desde la barrera cómo es que un grupo de poder hace y deshace a nuestra costa, eso sí, escudándose en nuestros votos.
La noche del próximo domingo, los profesionales de la política celebrarán y chocarán sus copas, harán un pomposo brindis, pues permanecerán en el poder y con acceso a recursos. Pero no hay que perder de vista que incluso el brindis es a costa nuestra y que, ingratamente, después de emitir nuestro sufragio, nos mandarán a la galera o al rincón más oscuro de la sala, a ese espacio donde en cuestión de segundos nos convertirán en personas invisibles y olvidadas.
Este ritual se repite cada seis años, cada tres años, cada vez que hay elecciones. Convendría, pues, ser conscientes de nuestro poder como ciudadanos y exigir una representación acorde a nuestras necesidades y exigencias y, sobre todo, una rendición de cuentas.
En nuestra incipiente democracia todavía hay un camino largo por recorrer para que la ciudadanía tenga el respeto que se merece. Sin embargo, no es imposible. Democracias más maduras, como la de Estados Unidos, nos demuestran que el poder en manos de una ciudadanía informada y activa garantiza la transparencia y la responsabilidad de los políticos hacia sus representados. No en balde allá, todos los votantes más que ser electores son constituents, es decir, partes integrantes de un todo que se debe a ellos.
Sí, hay que votar, pero también extender nuestra participación más allá de una fecha simbólica en la que hay un brindis al cual no nos invitan por no existir o contar con una democracia verdaderamente representativa.
Más grave aún, como sucede cada seis años, es una bacanal solo para unos cuantos, que seguirán incrementando enormes fortunas o surgirán nuevas con otros empresarios y amigos, siempre al amparo del poder.
SOTTO VOCE
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