BOGOTÁ, Colombia.- La invasión rusa a Ucrania, que Putin iba a resolver en tres días, está empantanada luego de seis meses de guerra y el desenlace toca los linderos de una catástrofe nuclear.
La semana pasada se desconectó la principal central atómica de Europa, Zaporiyia, que resultó dañada por el fuego cruzado entre el Ejército ruso y el ucraniano.
Después de la experiencia sufrida con Hitler, los europeos parecen haber olvidado la lección: con un loco nunca se sabe, y lo único sensato es prepararse y evitar lo peor.
Vladímir Putin, un megalómano que está lejos de ser un estadista, tiene una profunda herida en el ego.
Su estrategia militar fue un desastre. Sus servicios de inteligencia, una basura.
The Washington Post publicó la semana pasada un pormenorizado recuento de lo ocurrido desde las semanas previas a la invasión hasta el presente mes.
Ahí vienen las comunicaciones entre los espías rusos en Kiev y los jefes de la inteligencia del gobierno de Putin, que solicitaban reservaciones en los principales hoteles de la capital de Ucrania… para el fin de semana siguiente al inicio de la invasión.
Ucrania se doblaría como un girasol bajo el calor de la segunda potencia militar del mundo.
Dos días después de que el Ejército de Putin entró en Ucrania (lo que a Trump le pareció admirable, genial, y dijo que eso haría con México), hubo un diálogo que revela el tamaño del error ruso:
El canciller de Bielorrusia, Víctor Kherin, llamó por teléfono al ministro de Defensa de Ucrania, Oleksi Reznikov, para darle un mensaje del ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Sergei Shorgu:
-Si Ucrania firma la capitulación, la invasión se detiene inmediatamente.
La respuesta del ministro de Defensa pasará a la historia de su país, como la de nuestro general Anaya en Churubusco:
-Dígale al canciller Shorgu que estoy listo para aceptar la capitulación de Rusia.
De ahí vino la tragedia. Y dentro de la tragedia, el ridículo.
Kilómetros de tanques rusos rumbo a Kiev –capital de Ucrania–, donde nunca pudieron llegar.
Los aliados occidentales pasaron el secreto al alto mando del país agredido: esos tanques, de fabricación rusa (los T-72), tenían una falla de origen, llamada Jack in the box (por el payaso que salta impulsado por un resorte cuando se abre la tapa de la caja donde está).
Al ser tocados por un proyectil el aumento de la temperatura en el tanque es inmediato y provoca una reacción en cadena.
Un proyectil antitanques, pegue donde pegue del aparato, lo hace volar en pedazos porque con el calor estalla toda la carga de municiones que va dentro del tanque, que lo transforma en una bola de fuego que se despedaza en el aire.
En televisión, todos lo pudimos ver. La torreta, supuestamente blindada para proteger a la tripulación del tanque, es lo primero que vuela envuelta en fuego.
Aunque la censura rusa impidió que esas imágenes se difundieran, el mundo lo vio. Lástima por los soldados que van dentro de esa carísima chatarra (tres en cada unidad), fabricada por la industria militar de Putin.
De acuerdo con el Ministerio de Defensa británico, Rusia ha perdido 580 tanques, hasta mayo de este año. Destruidos por completo.
Putin no ha podido con Ucrania. Después de seis meses de invasión sólo controla 20 por ciento del territorio que tomaría en un par de días.
El jueves él firmó un decreto que tiene la mayor importancia, por lo que implica: para enero, el Ejército ruso tendrá 137 mil efectivos más, por lo que pidió a las dependencias del gobierno realizar las reservas económicas necesarias para financiar el incremento.
Rusia tendrá un Ejército compuesto por más de un millón 130 mil soldados, además del millón y tantos miembros de la logística, inteligencia y burocracia militar.
¿Cómo se sostiene eso, en una guerra exterior, con líneas de abastecimiento permanente? ¿De dónde los van a sacar a esos 137 mil sodados más?
El decreto de Putin indica que prevé una guerra larga. Malo para él. Malo para el mundo.
Con ese decreto da reversa a la política del Kremlin de disminuir el tamaño del Ejercito y basarlo en elementos más profesionales y menos en fuerza numérica, como era en el Ejército Rojo de la antigua Unión Soviética.
Putin necesita más soldados. Su Ejército ha tenido arriba de 80 mil bajas (entre muertos y heridos) en la guerra que iba a durar dos días.
Y no avanza. La gran mayoría de la población ucraniana ha retomado cierta normalidad. Los cafés al aire libre están llenos y se prepara el regreso a clases.
Ucrania, hay que subrayarlo, puede sobrevivir y lo ha hecho heroicamente, pero eso no necesariamente le hará ganar la guerra.
¿Qué va a pasar?
Una catástrofe nuclear, como la que estuvo a punto de ocurrir la semana pasada.
O alguno de los escenarios que espera Putin: el invierno doblará a los europeos por su necesidad de gas.
Occidente se cansa de la guerra y se divide (no es fácil para Polonia, clave en el Báltico, recibir millares de refugiados ucranianos), lo que con gusto harían Hungría y Serbia. O decae el ánimo de Ucrania y se rinde.
El mundo no se ha decidido a aislar a Rusia. No hay final a la vista.
Y con un loco en el Kremlin, todo puede suceder.