El tablero se alinea para que los contendientes en 2020, Donald Trump y Joe Biden, se vuelvan a enfrentar por la Presidencia de Estados Unidos en 2024, cuando ambos pisen la línea de los 80 años.
Nadie va a convencer a Trump de que él no es la mejor opción de los republicanos.
Y Biden no quiso confirmar la semana pasada si lanzará o no su candidatura a la reelección, en espera a que Trump se decida a hacerlo.
Ahora el escenario está puesto: Biden vs. Trump, parte II.
Trump es un enfermo de megalomanía que jamás va a aceptar una derrota, por la sencilla razón de que no concibe que los electores aprecien más a otro que a él.
Biden, por su parte, ha hecho de la tarea de enterrar políticamente a Trump una misión de vida.
Así es que dos octogenarios, o en el borde de serlo, harán de su obstinación personal un duelo en el que involucran a toda la población de Estados Unidos.
Trump va por su tercera derrota ante Biden: 2020, 2022, 2024.
Antes de su caída final, Donald Trump va a erosionar al Partido Republicano, aún más de lo ya hecho.
Las lealtades que se alinearon con él en dos elecciones presidenciales no lo hicieron por afinidad ideológica, sino por interés personal: la puerta de acceso a un trozo de poder.
Ahora que Trump está sangrante por la derrota, varios de sus “incondicionales” miran hacia DeSantis y al gobernador de Virginia, Glenn Youngkin.
Otros lo alientan para sacarle dinero en la campaña. Y unos más, muy pocos, le dicen la verdad.
Un diario de afinidades republicanas, The Wall Street Journal, cabeceó un editorial institucional: Trump es el mayor perdedor del Partido Republicano.
Ron DeSantis, la estrella que más brilla en el horizonte republicano, aludió a Trump sin necesidad de mencionarlo: fue “una elección sumamente decepcionante”, dijo.
Otros, los pocos honestos y sinceramente leales, le suplican de frente, con una baraja de verdades, que se retire. Tal es el caso de Marc Thiessen, articulista en The Washington Post, y ex jefe de redacción de discursos del presidente George W. Bush:
Trump está “rodeado de una banda de aduladores que se niega a decirle cosas que él no quiere escuchar. Yo sí lo haré:
“Señor presidente (Trump), no le conviene postularse en 2024. Si lo haces, probablemente pierdas y destruirás lo que queda de tu legado. Por favor, no lo hagas”.
Dice Thiessen que “Trump debe ser reconocido como uno de los mejores presidentes conservadores de todos los tiempos… Millones aprueban sus políticas, pero no a él… Siempre defenderé los logros de Trump en la presidencia, pero su conducta desde que perdió el cargo lo ha hecho inelegible”.
Lejos de aumentar su caudal de apoyo con un corrimiento hacia posiciones menos beligerantes, Trump radicaliza la expresión de sus rencores, y pierde apoyos.
En 2016, cuando obtuvo la presidencia, perdió por 3 millones de votos ante Hillary Clinton.
Para 2020, luego de cuatro años de gobierno, perdió por 7 millones de votos ante Biden.
Ahora, más radical aún, la paliza podría ser histórica.
Estados Unidos dijo no a los extremismos.
Y en el electorado femenino ya no se aceptan los arcaísmos de encarcelar a mujeres por decidir sobre su salud reproductiva.
Por ejemplo: al trumpista Bo Hines, titular indiscutible en el Congreso federal como representante del distrito 13 de Carolina del Norte, le bastó decir que las víctimas de violación o de incesto que queden embarazadas “deben ser sujetas a un proceso de revisión comunitaria”, para perder su escaño el martes 8.
Dos octogenarios se alistan para contender por la presidencia de Estados Unidos.
¿Quién conecta mejor con el electorado independiente, más joven, con las mujeres?
No es difícil saberlo.
Lo difícil va a estar en que Trump se imponga en el Partido Republicano sin destruirlo.
Y si se cae Trump, posiblemente desista Biden de contender.
Sería lo mejor.