Se le atribuye al expresidente Adolfo Ruiz Cortines, y también a Carlos Fuentes, la frase de que en política hay que aprender a tragar sapos y sonreír.
El recordatorio viene al caso porque, con la recaptura de Ovidio Guzmán, el presidente López Obrador ha tenido que tragarse uno muy grande.
Aunque esta vez no se trata de un sapo, sino de un chapo.
Cuando se dio la recaptura del capo de capos, Joaquín Guzmán Loera (febrero de 2014), López Obrador se le fue directo a la yugular al entonces presidente para demeritar el logro:
“La detención de Joaquín Guzmán Loera no resuelve el problema de fondo, pero le sirve a EPN y a la mafia del poder para hacerse publicidad”, dijo.
Ahora que AMLO detuvo al hijo del Chapo sólo cabe felicitarlo. Y desearle buen provecho.
Si hubiera autocrítica, tendría que disculparse con Peña Nieto y con Felipe Calderón.
Ha hecho lo mismo que hicieron sus antecesores: aprehender, con apoyo del Ejército, al cabecilla de un grupo criminal.
¿Es por ello López Obrador un criminal?
No. Como tampoco lo fueron Peña y Calderón.
Han debido actuar como lo hicieron, con mayor o menor eficacia, porque los cárteles criminales no dejan otra alternativa.
Con una diferencia, desde luego: las detenciones hechas por los presidentes Calderón y Peña Nieto, por lo general, fueron incruentas.
En la aprehensión de Ovidio Guzmán hubo 29 muertos.
Cruzarse de brazos ante las bandas criminales ha hecho que en este sexenio aumenten su poder de fuego, controlen más territorio y haya más asesinatos que en los dos anteriores.
La cifra de 29 muertos indica que hubo una batalla dura y subraya el valor de nuestros soldados y mandos militares.
Sólo desde una nube de algodón, o instalado en la perversidad política, se puede minimizar lo que significa cumplir una tarea entre balazos que silban, truenan y despachan al otro mundo.
Esta vez los miembros de las Fuerzas Armadas, que se jugaron la vida en el operativo, no tuvieron que soportar el insulto de propagandistas como Epigmenio Ibarra, que atribuía los muertos en combate a la “torpeza del Ejército” mexicano.
Para el asesor en jefe de AMLO (programa Contrapeso, con Julio Astillero, en el sexenio anterior), “la Marina es una dependencia de la Central de Inteligencia Americana (CIA), y su tarea es asesinar, pura, lisa y llanamente”.
Agrega Epigmenio: “El Ejército es más lento, hace más ruido, es más torpe y es el que cobra más vidas civiles porque tiene un poder de fuego desmedido, inútil en este tipo de guerra y mata al por mayor. Tú no puedes usar al Ejército para combatir el crimen, porque el Ejército está diseñado para aniquilar al enemigo”.
El propagandista del Presidente sostiene que México “es un país erizado de asesinos con uniforme, que por doctrina tienen por mandato aniquilar al enemigo”.
Eso lo dijo hace varios años, podría alegarse para matizar sus insultos a la Fuerzas Armadas, de las que hoy se cuelgan para gobernar. La esencia es la misma.
Horas antes de la recaptura de Ovidio, Epigmenio escribió un artículo titulado A balazos no hay futuro.
Apuntó el miércoles reciente: “La supeditación absoluta de los gobiernos neoliberales a los designios de EU –el mayor mercado de consumo de estupefacientes en el mundo– no hizo sino agravar la situación. Al mismo tiempo colapsó la soberanía nacional y lo que quedaba en pie, en México, del Estado de derecho”.
Esa estrategia, añade, “fue diseñada por Washington y les fue impuesta a los gobiernos del PRI y del PAN la guerra contra la droga”.
“No. A balazos no hay futuro. Tiene razón Andrés Manuel López Obrador”, concluye.
Tremendo sapo baja por el esófago de Epigmenio.
Ahora, sin hacer gestos, a disculparse con los que ofendió.
Su líder acaba de ordenar balazos contra el narco, hubo 29 muertos, capturó al hijo del capo, y hoy recibirá el reconocimiento del presidente de Estados Unidos.
Provecho.
Lástima que lo entendieron tarde. Dejaron crecer a los grupos criminales. Son un monstruo que controla territorios.
Por cuatro años hicieron de los narcos sus compadres.
Aceptaron sus servicios para ganar elecciones en el Pacífico.
Aprovecharon su cercanía con ellos para obtener testimonios contra sus adversarios políticos en cortes estadounidenses.
Comieron de la misma olla en el ejido del Chapo en Badiraguato.
Y ahora el gobierno de la 4T tuvo que recurrir a los balazos, cuando el enemigo es demasiado grande.
Vienen tiempos aún más violentos.