De no creerse la reacción del gobierno mexicano y del partido en el poder tras el veredicto de culpabilidad contra Genaro García Luna: jolgorio.
Así de chiquitos. Así de perversos.
México está enfermo. La clase política del siglo 21 ha fracasado. García Luna es sólo una expresión de la gravedad del mal que gangrena al país.
Y en lugar de que en Palacio Nacional apareciera el estadista con un mensaje cívico, pedagógico, orientador, se presenta un matraquero que festeja la podredumbre, de la que es parte, para sacarle utilidad electoral.
Porque García Luna es corrupto, entonces hay que destruir la democracia, es su mensaje a la población.
Mario Delgado, presidente de Morena, tan pequeño y perverso como sus jefes políticos, llama a cancelarle el registro al principal partido de oposición.
Empaquetan a García Luna con la defensa de la democracia que realiza un amplio sector de la ciudadanía. A la hoguera todos.
Qué pretexto tan grotesco para justificar su asalto a la democracia.
Es como si en el próximo sexenio se quitaran los programas sociales ante la detención de un alto funcionario mexicano por ligas con el narco.
Porque en el siguiente sexenio van a caer encumbrados personajes de la actual administración. Los vecinos del norte lo han dicho de mil maneras.
El axioma por el cual cayó García Luna es claro: el crimen organizado sólo puede operar a gran escala con la ayuda de las autoridades.
Durante el actual gobierno se ha disparado el tráfico de drogas a Estados Unidos y los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación operan en 31 estados del territorio nacional. Son los más poderosos del mundo.
El tráfico de migrantes, es decir, de seres humanos, hacia Estados Unidos, está en su máximo histórico.
La extorsión a gran escala se extiende por prácticamente todo el país.
Roban y venden gasolina a la vista de la Guardia Nacional y de quien quiera que pase por carreteras altamente transitadas.
Esos y otros delitos son cometidos por mafias que sólo pueden operar con la complicidad del gobierno federal.
Las autoridades de Estados Unidos fueron las que dieron la localización de Ovidio Guzmán para detenerlo antes de la llegada del presidente Biden.
Desde la Casa Blanca, el Departamento de Estado, la DEA y el Congreso, hay quejas explícitas, públicas, contra el gobierno mexicano por cerrarse a la cooperación en la lucha contra los cárteles.
Escamotear la cooperación es, para Estados Unidos, complicidad.
Qué festejan, pues.
La algarabía de gobierno ha hecho de la desgracia del país un festejo medieval: llevar a los opositores a la hoguera, el linchamiento, la cacería de brujas.
Al mismo tiempo, y en ese paquete, intentan desprestigiar un movimiento ciudadano que ha decidido defender a los órganos electorales a fin de tener elecciones limpias el próximo año.
El gobierno y su partido están abocados a su proyecto, que es la destrucción de la democracia.
La prestigiosa revista The Atlantic publicó esta semana un ensayo titulado El vecino autócrata, en el que enfatiza el frenesí destructivo del presidente López Obrador contra la democracia en México.
Señala que para ello tiene un “arma siniestra”, que es la politización del Ejército mexicano.
Dice el historiador David Frum en el ensayo:
“El presidente errático y autoritario de México, Andrés Manuel López Obrador, está tramando poner fin al compromiso de un cuarto de siglo del país con la democracia liberal multipartidista. Está subvirtiendo las instituciones que han defendido los logros democráticos de México, sobre todo, el admirado e independiente sistema electoral del país”.
Los que hoy festejan la investigación de la DEA, la acusación del Departamento de Justicia y el veredicto del jurado contra García Luna, no entienden que también están siendo observados en su complicidad con el narcotráfico, en su embestida contra la libertad de expresión, y en el proyecto de liquidar la democracia.
El texto lleva implícito un señalamiento que no se puede responder con fingidas rabietas ni con horas de retórica palaciega: “Si López Obrador logra manipular las próximas elecciones a favor de su partido, hará más daño a la legitimidad del gobierno mexicano y abrirá aún más espacio para que los cárteles criminales afirmen su poder”.
A diferencia de Estados Unidos, donde las instituciones resistieron el ataque a la democracia perpetrado por el entonces presidente Trump, “al sur de la frontera, el autócrata prevalece hasta ahora. Todos los norteamericanos deberían temer que el ganador final en México sea la autocracia, o peor aún, el caos”.
No hay nada que festejar con lo sucedido en Brooklyn, y sí mucho que corregir.
Nuestro gobierno va en sentido contrario: fortalecer a los cárteles, deliberadamente o por omisión, y destruir a la oposición y, con ella, al sistema democrático.