Ebrard abrió el fuego en Morena y arrancó la competencia abierta por la candidatura presidencial de ese partido.
Una respetada servidora pública, Martha Delgado, renunció a la Subsecretaría de Relaciones Exteriores para dedicarse de tiempo completo a la promoción de la candidatura del canciller.
Su salida de la SRE fue un acto de insurrección calculado, medido, contra los tiempos que iría fijando el único elector que importa en esa pantomima.
Calculado, porque Ebrard no ha cometido un acto de indisciplina ni roto las reglas del juego. Únicamente le tomó la palabra al presidente López Obrador y al dirigente de su partido.
Prácticamente todos saben, o pensamos, que la elección de la candidatura presidencial en Morena la resolverá –y de hecho ya lo está resolviendo– una sola persona.
Lo de la encuesta es faramalla y la competencia es un viejo truco que ya hemos visto muchas veces como para sorprendernos con el resultado.
Hay dos precandidatos: Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard.
Adán Augusto López es el ‘plan B’, por si Sheinbaum no levanta o por algún motivo no puede participar en la elección presidencial.
Veremos a Adán Augusto levantarle el brazo a Sheinbaum. Con ese propósito lo pusieron en la lista: para legitimar la pantomima.
Pero Ebrard no es un peso pluma y sus movimientos estos días se ciñen a lo acordado y que es público: una encuesta de verdad, un proceso abierto, sin la intervención del Presidente ni los gobernadores.
Lo anterior no va a suceder.
AMLO tiene candidata y Mario Delgado es el plomero encargado del trabajo sucio al interior de Morena.
Como muchos, seguramente el canciller conoce el pasaje de Javier Cercas, en Anatomía de un instante, en que el autor cita a Jorge Luis Borges:
“Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es”.
Este es su momento y no hay más.
La renuncia de Martha Delgado para trabajar en la promoción de la candidatura de Ebrard es un indicativo de que el todavía canciller esta vez no se va a doblar.
Una funcionaria de esa solidez y trayectoria no se va a prestar a una pantomima.
En los próximos días saldrán otros funcionarios de la SRE y seguramente en junio –días después de las elecciones en el Estado de México– el canciller dejará el cargo.
Por lo visto, va a competir en serio, con las reglas del juego enunciadas públicamente y no con las señales crípticas de las contiendas arregladas.
Todo indica que no veremos a Marcelo Ebrard sumándose a una candidatura que sea producto de la cargada de gobernadores ni del dedazo presidencial.
Eso no quiere decir que aceptará o buscará, necesariamente, postularse por otro partido, como el Verde, PT o MC. Su sola retirada de la competencia desnudaría a la 4T.
Lo que llaman 4T no es más que el proyecto personal de un solo individuo.
Ahí no hay más sustancia que la pretensión de un hombre, López Obrador, de perpetuarse en el poder por sí mismo por una delegada.
La 4T no existe como proyecto ideológico. Está compuesta por las ocurrencias del líder.
Un día la 4T (es decir AMLO) ofrece sacar al Ejército de las calles, y otro día propone reformar la Constitución para que no regresen nunca a sus cuarteles.
La 4T (es decir AMLO) informa que ya no se gobierna para unos cuantos empresarios, y por otro lado regala a las élites del dinero en México múltiples contratos por adjudicación directa.
No hay incentivos para que Ebrard ni nadie con criterio propio se sacrifique por la 4T.
Con su apremio por definir los términos de la encuesta, el canciller rompe el cascarón de la pantomima.
AMLO quiere estirar al máximo sus tiempos para disfrutar los reflectores y el poder sin sombras.
Además, para ver hasta dónde puede sostener la candidatura de Claudia Sheinbaum.
“Hay encuesta o hay favorita”, dijo Ebrard en un mensaje que supuestamente iba dirigido a Mario Delgado, pero cuyo destinatario era el Presidente.
La respuesta de la favorita de Palacio fue sacada del baúl priista de comienzo de los años 80: “Yo diría que sí hay favorita y hay encuesta, pero la favorita es la cuarta transformación de la vida pública. Y el partido definirá ya sus tiempos”.
Ni Adolfo Lugo Verduzco (dirigente del PRI en 1983) lo habría dicho con lenguaje más institucional, acartonado y ortodoxo del presidencialismo a ultranza de aquella época.
Es el lenguaje de la pantomima, de la farsa.
Contra eso apuntan los señalamientos de Ebrard y la renuncia de la subsecretaria para integrarse a la promoción de su candidato.
Y Mario Delgado, un plomero sin habilidades, está rebasado.
Lo que se veía llano, terso y “planchado” luego de la reunión de la semana pasada de senadores y precandidatos con el Presidente en Palacio Nacional, es un espejismo.
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