Hay una crisis nueva para la cual Estados Unidos no está preparado ni está en sus manos solucionar: los Estados fallidos de Venezuela, Nicaragua, Cuba y Haití expulsan a millones de sus ciudadanos a buscar refugio en el país de las barras y las estrellas.
A partir de anoche, en que terminó el Título 42 que mantuvo cerrada la frontera a solicitantes de asilo, 660 mil indocumentados que se encuentran en México intentarán cruzar a Estados Unidos.
Vienen más. Serán millones.
Venezuela, Cuba y Nicaragua son Estados fallidos. El experimento socialista dictatorial los ha deshecho, y su gente sale a buscar dónde trabajar para comer tres veces al día.
Eso es lo que ha defendido el gobierno mexicano en estos cuatro años y medio: dictaduras que, si bien llegan al poder por la vía electoral, ahí se pertrechan e imponen un modelo económico fracasado.
Los millones de trabajadores que huyen de sus países cambian la utopía socialista por una oportunidad de trabajo en Estados Unidos.
Información del New York Times indica que entre febrero de 2021 y marzo de este año, agentes de migración de Estados Unidos atraparon a migrantes ilegales en la frontera con México en cinco millones de ocasiones.
El martes de esta semana subió a 11 mil el número de detenciones diarias, luego de un promedio de siete mil.
La marea crece. Y México es el número uno en expulsar a sus habitantes hacia Estados Unidos, porque es el más poblado y por el fenómeno de la violencia.
Estados Unidos no estaba preparado para los éxodos masivos de los Estados fallidos cuyos gobernantes se aferran al poder.
Como señala un ex alto funcionario del gobierno de Joe Biden, citado por Eileen Sullivan en The New York Times: los migrantes son el síntoma, y los Estados fallidos son la enfermedad.
El diario neoyorkino señala que las instalaciones para la detención de migrantes y el sistema de resguardo fronterizo están hechos para capturar a migrantes que cruzan de manera ilegal, por su cuenta o en pequeños grupos.
Ahora lo que vemos son cientos de miles, millones de seres humanos, que huyen de la crisis humanitaria provocada por el socialismo dictatorial de gobernantes que no se van del poder para no enfrentarse a la rendición de cuentas.
Eliminar el Título 42 fue una decisión valiente del presidente Biden, porque representaba el espíritu antiinmigrante de la era Trump. Lo quiso hacer desde el inicio de su gobierno, pero se lo prohibieron las cortes.
Sin embargo, sustituirla con el Título 8, que incluye la prohibición de entrada a Estados Unidos por cinco años a migrantes reincidentes, además de ser una nueva “regla” que dificulta el proceso de asilo, es considerada una traición a las promesas de una política distinta a la de Trump.
Como dijo el senador Bob Menendez: “Es decepcionante ver que la administración optó por seguir adelante con una prohibición de tránsito dañina que limita fundamentalmente el acceso al sistema de asilo de nuestra nación”.
El despliegue de las tropas es otro desatino, porque genera la percepción de que los migrantes son una amenaza.
Las leyes migratorias de Estados Unidos para aceptar trabajadores y refugiados datan de comienzo de la década de los 90 del siglo pasado.
Desde ese entonces la economía de ese país ha crecido lo suficiente como para cambiar las cuotas de aceptación, y éstas no se han movido.
El envío de tropas a la frontera da una pésima imagen a Estados Unidos, que no es el culpable del fracaso del socialismo en Venezuela, Nicaragua y Cuba.
No estaban preparados para atender las consecuencias humanitarias del descalabro socialista ni del empoderamiento de los grupos criminales en México.
En lugar de soldados, la administración Biden pudo haber enviado personal civil de la Administración Federal de Manejo de Emergencias (FEMA), para tratar el problema como si fuera un desastre, no una invasión.
Aunque se hayan desplegado más de 24 mil agentes, el procesamiento de un número inédito de migrantes, su alimentación, atención médica, van a rebasar al gobierno federal del vecino del norte.
Además, creará tensión con alcaldes fronterizos porque miles de esos migrantes serán aceptados y se quedarán a vivir en del lado estadounidense.
El Paso, Brownsville y Laredo, en Texas, ya se declararon en estado de emergencia.
No hay soluciones fáciles en el corto plazo, pero la administración Biden deberá ampliar en números considerables las rutas legales de acceso.
La apertura de centros de procesamiento de solicitudes de asilo en Guatemala y Colombia fue una buena idea, aunque tardía.
Y eso ignora los 660 mil migrantes que –según informes de inteligencia citados por el Times– ya están en México y empezarán a intentar cruzar a partir de hoy.
La única buena noticia para Biden es que los republicanos se aprestan a pasar, ayer, una iniciativa migratoria más dura que hará ver al presidente como un moderado.
Mal año para ser migrante en busca del sueño americano.
Aunque para millones ya no es un sueño, sino una obligación de vida para dar de comer a sus hijos y dejar atrás la pesadilla.