A sólo dos semanas de iniciado el proceso de elecciones primarias en Estados Unidos, el resultado está a la vista: Donald Trump será el inevitable ganador de la nominación presidencial del Partido Republicano.
Sin necesidad de hacer una campaña intensa con gastos millonarios, salvo acaso unas cuantas visitas a pequeñas localidades en Iowa y Nueva Hampshire, Trump arrasó con más de 30 puntos porcentuales de diferencia en el primer estado y en el segundo logró casi 12 puntos más que Nikki Haley.
Lo demostró con la mano en la cintura: Trump tiene a su base en la bolsa. Con eso le basta para ser candidato.
El Partido Republicano se convirtió en el partido de Trump.
Pero el conjunto de fortalezas que lo convierten en un candidato formidable, prácticamente invencible en un proceso de elecciones primarias, podría ser su talón de Aquiles en la elección presidencial de noviembre.
Los votantes que participan en las elecciones primarias son, por lo general, los militantes más disciplinados, comprometidos e ideologizados.
Los resultados confirman que ese núcleo conservador duro de Trump, que algunos estiman en un piso de más de 45 millones de votantes, está sólido como el cemento.
Aunque una serie de datos debería ser signo de preocupación para los republicanos, y señal de esperanza para los demócratas.
La clave para entender las debilidades de Trump es Nueva Hampshire, un estado con un electorado diverso –como la mayor parte del país– entre conservadores, independientes y liberales.
Allí, Nikki Haley le ganó a Trump entre los votantes que no declararon una afiliación política, es decir, el importante segmento de electores independientes y centristas.
También derrotó a Trump en el segmento de electores jóvenes, específicamente y con mayor énfasis entre los estudiantes universitarios.
En contraparte, Trump ganó, como era de esperarse, el voto de los militantes más conservadores, y de aquellos con los más bajos niveles de educación.
Siete de cada 10 de los simpatizantes que Trump se comieron completa “La Gran Mentira” del supuesto fraude electoral en 2020.
Aunque Trump esté haciendo campaña con la bandera de línea dura contra los inmigrantes indocumentados, fue revelador que en el estado de Nueva Hampshire 45 por ciento de sus propios votantes dijo a los encuestadores que está a favor de regularizar a los más de 11 millones de inmigrantes indocumentados en Estados Unidos.
De igual forma, casi siete de cada 10 votantes se oponen a aprobar una prohibición nacional contra el aborto.
Las elecciones esbozaron así una hoja de ruta que podría acercar al presidente Biden y a los demócratas a una victoria en las elecciones de noviembre. Pero no todo es tan fácil.
En el tema del aborto, que los demócratas podrían convertir en un tema central de la campaña, el presidente Biden es ambiguo. Su religión católica no le permite ser decisivo y contundente de manera pública.
En migración, Biden podría apostar a cortejar al electorado que no está de acuerdo con Trump. Sus estrategas, al parecer piensan otra cosa, y lo acercan a las posiciones radicales de los republicanos del Congreso a fin de neutralizar las críticas.
Contra del presidente Biden opera, además, el hecho de que sus pilares tradicionales de apoyo reflejan un profundo déficit de entusiasmo por salir a apoyarlo.
Aun cuando ha recibido el respaldo de los sindicatos más poderosos Estados Unidos (como el de los trabajadores automotrices –UAW–), Biden sigue perdiendo apoyo entre los sectores progresistas, molestos por su política hacia Israel y Gaza.
En el plano económico, las encuestas muestran que hasta los votantes latinos están migrando a las filas de Trump, a quien acreditan un mejor trabajo para tener una economía en constante crecimiento.
Aunque Biden ganará el voto latino nuevamente, la falta de apoyo hispano podría ser letal en estados como Arizona o Nevada.
Trump es el candidato inevitable. Pero eso no lo convierte de manera automática en el ganador inevitable.
Si la economía sigue al alza, como hasta ahora, la competencia será muy pareja y podría tener un final de fotografía.