A ocho meses de las elecciones presidenciales en la principal potencia del mundo, el debate sobre la edad de Joe Biden es el tema más candente en la política de Estados Unidos.
De mantenerse la contienda como se perfila, la elección de los estadounidenses será entre el presidente más viejo de su historia contra el segundo más viejo.
Pero lo que preocupa es la edad de Biden.
No es una polémica nueva. Regresó con fuerza a raíz de la decisión del fiscal especial de no fincar una acusación a Biden por el caso de los documentos clasificados.
Las razones del fiscal Robert Hur para la exoneración de Biden no fueron ningún favor y nada amistosas hacia su presidente. Todo lo contrario. Fueron demoledoras: sería imposible probar una intención criminal en un hombre senil y desmemoriado.
El fiscal Hur puso sobre la mesa, como evidencias, que Biden no pudo recordar la fecha de la muerte de su querido hijo Beau.
Tampoco recordó el periodo en que fue vicepresidente de Barack Obama.
La ofuscada reacción de Biden sólo complicó las cosas: durante una improvisada rueda de prensa confundió al presidente de Egipto con el presidente de México.
Las más recientes encuestas muestran el daño.
Un 86% de los votantes cree que Biden es demasiado viejo para un segundo mandato.
El 73% de los electores demócratas opina lo mismo.
Nacido el 20 de noviembre de 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, Biden tiene 81 años cumplidos. Tendría 86 al terminar un segundo mandato.
Ya es el presidente más viejo de la historia de Estados Unidos, seguido por Donald Trump y Ronald Reagan.
Aunque Trump es sólo cuatro años menor y existen preocupaciones por su edad, las encuestas reflejan menos dureza en la percepción popular de su vitalidad física y agilidad mental.
Ello a pesar de que Trump tiene su propia cuota de tropiezos. Confundió a Nikki Haley con Nancy Pelosi y al presidente húngaro con el turco.
Tal vez por eso no se ha burlado tanto de la desmemoria de su rival.
La Casa Blanca defiende a Biden bajo el argumento de que un líder senil no habría podido sacar al país adelante durante la pandemia de covid o creado millones de empleos.
Tampoco habrá podido frenar la inflación.
Pero esas razones quedan nulificadas cada vez que Biden se tropieza, literalmente, en sus apariciones públicas.
Su propensión a cometer errores y olvidar nombres lo ha convertido en uno de los presidentes más opacos por el número de ruedas de prensa o entrevistas concedidas.
Apenas este mes declinó una entrevista con CBS durante el Súper Tazón, el evento más taquillero del año. Fue una oportunidad perdida.
Con todo, la más reciente encuesta de la prestigiosa Universidad Quinnipiac lo ubicó cuatro puntos delante de Trump.
En el papel, Biden puede declinar y un nuevo candidato o candidata tendría la posibilidad de ser ungido en la Convención Demócrata, del 19 al 22 de agosto en Chicago.
Tampoco Trump da indicios de que se baje de la contienda, a pesar de que es prácticamente el único de los posibles aspirantes republicanos que puede perder ante Biden.
Haley, dicen las encuestas, ganaría.
Una abrumadora mayoría de demócratas quiere que Biden no compita en noviembre.
Pero no hay indicios de que Biden vaya a declinar en sus planes de reelección.
Y la lucha Biden vs. Trump, por segunda ocasión, sólo reforzará la transición que experimenta Estados Unidos: de una democracia a secas, vive en una gerontocracia disfuncional y anacrónica.