Uso de Razón

México, el ocaso

Venezuela, ese ‘país libre’ a cuyo gobierno defiende López Obrador, destruyó la independencia del Poder Judicial, se apoderó de la Corte y tomó en sus manos la organización de las elecciones.

Lo que estamos viendo en Venezuela es lo que viviremos en México en un par de décadas cuando se haya agotado el dinero para sostener a las clientelas electorales, narco y gobierno sean una amalgama inseparable, y las reformas constitucionales en puerta hayan entregado todo el poder al grupo hegemónico de un partido.

Estamos en ese camino y no hay reversa, aunque queramos engañarnos.

La defensa de López Obrador y de la presidenta electa al régimen de Nicolás Maduro con el argumento del repudio “al intervencionismo (porque) Venezuela es un país libre (sic)”, como dijo Claudia Sheinbaum, no deja lugar a dudas para entender de qué lado está el equipo que nos gobierna y nos seguirá gobernando hasta que quiebren al país en lo económico y lo social.

El diario La Jornada, que es la voz del núcleo duro del obradorismo y de la presidenta electa, ha desplegado una actividad frenética en defensa de Maduro y ataca con artillería pesada a los que, dentro y fuera del país, cuestionan la legitimidad de las elecciones venezolanas y no dan por bueno el argumento del gobierno de que el Consejo Electoral sufrió un ataque cibernético “desde un país no determinado”.

Ya hicieron “peón del imperio” al presidente chileno, Gabriel Boric, por dudar de Maduro y le dieron un tremendo palo editorial al presidente de Brasil: “Y ahora, ¿qué mosca le picó a Lula?”, por exigir, con Joe Biden, que el mandatario venezolano enseñe la documentación que acredita su triunfo.

En esa línea milita la facción gobernante en México.

Se agradece la claridad, pero que nadie nos pida que hagamos como que no vemos o que juguemos a simular que las posturas de AMLO, Sheinbaum y su periódico sobre la elección venezolana no importan mayor cosa.

Venezuela, ese “país libre” a cuyo gobierno defienden en Palacio Nacional, destruyó la independencia del Poder Judicial y se apoderó de la Suprema Corte.

El gobierno venezolano tomó en sus manos la organización de las elecciones y tiene el control del Consejo Nacional Electoral. Fue el que anunció el “triunfo irreversible” de Nicolás Maduro, con 51.2 por ciento de los votos, contra 44.2 del principal candidato opositor, Edmundo González.

La Fiscalía General de la Nación no es autónoma –el chavismo desapareció a los organismos autónomos–, sino que la controla el Ejecutivo. El titular de la Fiscalía fue el que informó de un ataque al Consejo Electoral “de parte de la oposición para manipular los resultados”.

Maduro, el presidente que tiene en su poder, además del Ejecutivo, el Legislativo, el Judicial, el órgano electoral y la fiscalía, fue más allá: “El ataque provino de un país no determinado”, pero que él ganó, como dijo el Consejo Nacional Electoral.

Y el que no lo acepte irá preso, amenazó Diosdado Cabello, mancuerna de Maduro en el poder, “así su apellido sea (María Corina) Machado o (Edmundo) González”.

En ese “país libre”, quebrado por la política económica y social populista del chavismo, no obstante su riqueza petrolera, el gobierno inhabilitó como candidata presidencial a la carismática y valiente mujer que encabeza la oposición, María Corina Machado.

Los más destacados periodistas críticos al gobierno debieron marcharse del país porque tienen orden de aprehensión, lo mismo que dueños de medios de comunicación y otros prominentes opositores.

En los 25 años de chavismo se engendró el Cártel de los Soles, compuesto por altos mandos militares, beneficiarios del tráfico de drogas. A los militares los pusieron “donde hay”, y ahora mantenerse en el poder es un asunto de supervivencia personal.

Los gobernadores de los estados fronterizos a Colombia permiten –y cobran– las pistas desde donde despegan los aviones cargados de cocaína procedente del país vecino, con destino a México. Todo supervisado por los gerentes (no pistoleros) de los cárteles de las drogas mexicanos.

El gobierno de ese “país libre”, sobre el que no se puede hablar en la OEA porque es intervencionismo (aunque el presidente de México intervenga en los asuntos políticos internos de Bolivia, Perú, Ecuador y Estados Unidos), no le permitió la entrada a decenas de miles de venezolanos que iban a votar. Debieron, algunos, los más osados, hacerlo en lanchas.

Venezuela no llega a los 30 millones de habitantes. Siete millones 700 mil han tenido que emigrar de ese rico y gran país, para ganarse la vida en otro lado. Es una emigración mayor a la de Siria en su prolongada y cruenta guerra civil.

Con todo en contra, la oposición a Maduro arrolló en las elecciones del domingo. Fue una hazaña épica para recuperar la democracia, la cordura en el gobierno, y rehacer el tejido social roto en 25 años de chavismo.

Los venezolanos hicieron la tarea, su gesta emociona, pero no pueden ir a la guerra contra un régimen que tiene de su lado el aparato militar, se apoderó del Poder Judicial, del Legislativo, de la Fiscalía, del Consejo Electoral. Y el narco y el gobierno son una amalgama.

Para recuperar su país necesitan el apoyo internacional, aislar a Maduro, y lo van logrando desde la izquierda (Boric, Lula), el centro (Biden) y la derecha (Milei).

El gobierno de López Obrador sabotea ese respaldo en la OEA y apoya a Maduro, porque somos sus compañeros de viaje.

Por el mismo camino andamos. Y vamos muy avanzados. En dos meses será irreversible.

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