La adicción al fentanilo, que ya es una crisis de salud pública en el vecino del norte, es fruto de la corrupción política, médica y empresarial imperante en Estados Unidos.
Asombra el cinismo del presidente electo Donald Trump cuando se refiere al tema.
En la cena en Mar-a-Lago con el primer ministro Justin Trudeau, dijo que Estados Unidos y Canadá trabajarán juntos para abordar problemas “como la crisis de fentanilo y drogas como resultado de la migración ilegal”.
No, no es la migración ilegal la causante de la mortandad con esa droga tremendamente adictiva y letal, sino la colusión entre farmacéuticas, políticos y médicos estadounidenses.
OxyContin se llama el medicamento derivado del opiáceo que causa la adicción y mata anualmente a más de 60 mil personas en Estados Unidos.
Su artífice es farmacéutica Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, una dinastía de grandes filántropos estadounidenses.
Con el financiamiento a campañas políticas, logró que el gobierno de Estados Unidos aprobara el medicamento pese a su enorme potencial adictivo, y que los médicos lo recetaran.
El negocio es de 35 mil millones de dólares y por las calles de Filadelfia y San Francisco deambulan miles de drogadictos en busca de sus dosis porque los médicos, debidamente recompensados por Purdue Pharma, les crearon la adicción al recetar el opiáceo hasta para un dolor de muelas.
¿En qué cuevas de las Rocallosas se esconden los Sackler y sus sicarios?
En ninguna. Tampoco tienen sicarios.
Sus nombres adornan las grandes salas del Museo Metropolitano de Nueva York, del British Museum en Londres y del Louvre de París, por sus donaciones con dinero logrado con la adicción a la poderosa droga que tiene de cabeza a Estados Unidos.
Bueno, el museo del Louvre retiró el nombre de la familia Sackler debido a las protestas, y lo mismo hizo el MET de Nueva York en siete de sus salas, aunque lo sigue conservando en el ala asiática y en el ala moderna contemporánea.
La prensa en Estados Unidos, la del mundo de habla castellana, como Ámbito Financiero (Argentina), El Comercio (Perú), La Sexta (España), y libros como El imperio del dolor, del periodista Patrick Radden Keefe, y Traficantes de la muerte, de Víctor Méndez, entre otros, dan cuenta de cómo la farmacéutica de los Sackler hizo de su droga la llave de su fortuna.
Repartió sobornos millonarios disfrazados de invitaciones, bonos y financiamiento de campañas, para continuar con el negocio criminal.
De esas fuentes tomo información para esta columna. Y también de los hechos:
Con una costosa campaña de marketing, lograron que los médicos estadounidenses prescriban OxyContin, lo que en el año 2000 se tradujo en ventas por mil 600 millones de dólares. El medicamento significó 80 por ciento de las ganancias de la compañía.
Diez años después, sus ventas superaron los 3 mil millones de dólares.
¿Costo humano? Más de 2 millones de adictos dieron el salto al fentanilo: lo mismo pero más barato y más potente.
Se estima que Purdue Pharma gastó alrededor de 200 millones de dólares en la campaña para que los médicos recetaran el opiáceo.
¿Cómo?
La compañía incentivó a los médicos a través de bonificaciones, regalos y conferencias en destinos atractivos, donde se promovía el uso extendido del medicamento.
Actualmente los Sackler y su compañía enfrentan unas 2 mil demandas, y en 2007 Purdue Pharma se declaró culpable de engañar al público sobre los riesgos de OxyContin, por lo que fue obligada a pagar 600 millones de dólares.
¿Fueron juzgados en Brooklyn?
¿En qué cárcel de Estados Unidos están recluidos en cadena perpetua?
En ninguna. Los iniciadores de la pandemia del fentanilo, que ha causado más de medio millón de muertes en Estados Unidos, disfrutan de libertad y de una fortuna de 9 mil 132 millones de dólares, según datos de Forbes.
OxyContin es una medicina hecha con oxicodona, y fue originalmente pensada para usarse en pacientes con dolores extremos por cáncer.
Fue tal el éxito comercial de la droga, que los dueños de Purdue Pharma lanzaron, a finales de los años 90, la campaña para incrementar exponencialmente su prescripción por parte de médicos en Estados Unidos.
Exponencial fue también el aumento de la fortuna de los Sackler.
Ya con la adicción creada, los usuarios pasaron al fentanilo.
La farmacéutica fue castigada, pero sus dueños conservan su fortuna y sólo perdieron algo de prestigio social.
Según Trump, la culpa de la epidemia de adicción al opiáceo y de la mortandad que provoca la tienen los migrantes.
Cierto, en México se fabrica fentanilo y los cárteles envenenan y matan con la droga a estadounidenses, pero es de una hipocresía colosal que Donald Trump no admita la responsabilidad de su corrupto sistema de salud en la crisis que allá padecen.