Será un llamativo espectáculo para el mundo ver a Juan Ramón de la Fuente sacar su tupper con verduras en las sesiones de la Asamblea General de la ONU, ahora que asuma el cargo en Nueva York.
Tal vez tendrá más sentido del decoro que otros y se irá a su oficina a merendar el sándwich que preparó antes de salir de casa.
Él, como todo el personal diplomático y los funcionarios públicos en general, bajarán sus sueldos a la mitad y no podrán ganar más que el presidente: 108 mil pesos mensuales brutos, que después de impuestos se convertirán en unos 70 mil pesos al mes.
Como afirmaba Jorge Castañeda hace unas semanas en este espacio, habrá países en que el chofer del embajador mexicano gane más que el propio embajador.
La austeridad extrema que impondrá el presidente López Obrador a partir del 1 de diciembre va a poner el gobierno en manos de personas con desconocimiento absoluto de lo que es la administración pública.
México va a pagar las consecuencias de la demagogia presidencial, entre otros rubros, en la administración del gobierno.
¿Quiénes van a llegar al Banco de México, a Hacienda, a Comunicaciones, a Salud, al servicio exterior, comercio internacional, la inteligencia en seguridad nacional, a manejar las finanzas del IMSS, el SAT…?
A lo más que podrán aspirar en su carrera será, algún día, llegar a ganar 70 mil pesos, sin derecho a jubilación acorde a sus muy delicadas responsabilidades, seguro de desempleo o un simple teléfono celular.
Nos vamos a llenar de mediocres. De grillos.
Van a deshacer un espléndido servicio civil en la administración pública federal que ha permitido que el país funcione a pesar de varios de nuestros presidentes.
Quienes llegarán a gobernar están acostumbrados al México de las movilizaciones, pero no al del servicio público.
Tomar decisiones y operar la administración del gobierno federal exige conocimientos, preparación académica, destreza técnica.
A los funcionarios que realizan esas funciones que permiten que el país camine, los van a correr o los van a castigar con una rebaja del 50 por ciento de su salario.
López Obrador va a aumentar su popularidad cuando formalice el anuncio de bajar a la mitad el sueldo de los servidores públicos de alto nivel, pero llegarán los mediocres o los recomendados por Morena.
Eso es populismo. Igual que el show de senadores comiendo en tuppers y pepsilindros.
Ver ese espectáculo le encanta a mucha gente, pero lo va a pagar el país.
López Obrador va a armar su gobierno sobre una estructura de improvisados, por buenos que sean algunos de los próximos secretarios de estado.
Anunció el presidente electo que va a correr al 70 por ciento de los empleados de confianza, que implica echar a la calle a 194 mil 805 funcionarios.
En su mayoría, ellos llevan el peso de la administración pública federal. Para afuera, a patadas.
Se van a ir bajo un estigma de corrupción e insultos que no se merecen.
"La burocracia dorada". "AMLO acaba con borracheras, viajes y choferes de funcionarios". Esos son algunos titulares de la prensa que festeja los recortes.
Los van a correr, u orillar a que renuncien por los bajos salarios y nulas prestaciones, acusados de borrachos, vividores, holgazanes y saqueadores.
Sí, es muy popular el tema, pero es dañino para México.
¿Qué incentivo para ingresar a la administración pública va a tener una persona preparada?
Se acabó, a partir del 1 de diciembre, el servicio civil de excelencia que ha tenido México.
Y nuestro presidente no tendrá avión porque "se me caería la cara de vergüenza subirme a un avión lujoso habiendo tanta pobreza en México".
Los aviones son un instrumento de trabajo para los presidentes. Ahorran tiempo para estudiar proyectos, reunirse con especialistas, tomar decisiones, dar seguimiento a las tareas encargadas…
Pero nuestro presidente prefiere esperar cinco horas sentado en un avión comercial mientras puede despegar en Huatulco. ¿Y la chamba?
Le van a festejar mucho que se tome la foto con los demás viajeros arriba de un avión. Y que espere horas, como el resto de los ciudadanos, a que traigan una escalera para bajar pasajeros. ¿Y la chamba?
El trabajo será ese: sumar popularidad para ganar elecciones indefinidamente sin importar la calidad del gobierno que encabece.