Uso de Razón

La rechifla, el rey de España… ganas de pelearse

¿Qué ha hecho la actual administración como para que el pueblo, en auditorios no controlados, le aplauda de pie el jefe de las instituciones?

La primera y gran lección de lo ocurrido en la inauguración del parque de beisbol de la CDMX, es que no hay teflón que dure por mucho tiempo y ningún político recibe cheques en blanco de parte de la ciudadanía.

El presidente se llevó una rechifla colosal el sábado en el estadio Alfredo Harp Helú y se descompuso. Jamás habría esperado una reacción popular de reproche que empezó desde que entró al parque, lo anunciaron e hizo uso de la palabra.

Nada del otro mundo. Así es la política, e incluso el deporte. Los que son ensalzados y venerados por la multitud luego son objeto de rechazo por parte de los mismos que los halagaron y corearon sus nombres con fervor.

El punto es no perder la calma, y el presidente la perdió el sábado.

Pudo haberlo tomado con humor o simplemente ignorado, pero en su discurso inaugural se lanzó contra los que emitían gritos en su contra y los llamó fifís y aseguró que seguirá ponchando "a los de la mafia del poder".

Los llamó fifís sin conocerlos. ¿Sólo porque no están de acuerdo con sus políticas merecen ser insultados?

Un presidente tiene que estar por encima de esas expresiones espontáneas y asumir que son parte del trabajo.

En la inauguración del Mundial de Futbol en 1986, el presidente Miguel de la Madrid recibió una ruidosa y prolongada silbatina y no manifestó cólera por ello ni agredió a los asistentes al Estadio Azteca.

Años después el presidente Felipe Calderón fue abucheado al inaugurar el estadio de Torreón y a pesar de tener mecha corta se tragó el sapo y cortó el listón.

Los gobernadores de los estados donde acude el López Obrador son sistemáticamente abucheados en una acción concertada por Morena, y el presidente los calma con una sonrisa, diciéndoles que esa es la libertad de expresión y que en los mítines la gente se desahoga.

Esta vez lo abuchearon a él, de manera espontánea, se enojó y regaño a los asistentes.

¿De veras cree que el 76 por ciento de aceptación en las encuestas implica un cheque en blanco para todo?

Ayer lunes el presidente seguía enojado y denunció la existencia de "una prensa fifí: no es una invención, existe el partido de los fifís, existe el conservadurismo en México y creo que nunca ha desaparecido, entonces no están de acuerdo con nosotros: son nuestros adversarios".

¿Adversarios? En todo caso son sus opositores, pero ¿adversarios?

Dice que se vale la réplica, y tiene razón, pero lo menos que se esperaría del presidente de México es que responda con argumentos –bienvenidos–, pero no con explosiones de improperios.

Lo ocurrido en el parque Alfredo Harp Helú debe servir para que el equipo gobernante ponga los pies en la tierra. El teflón en política es un espejismo.

¿Qué ha hecho la actual administración como para que el pueblo, en auditorios no controlados ni compuestos por militantes, le aplauda de pie el jefe de las instituciones?

Las conferencias mañaneras son buenas, pero los hechos lo son más. Y hasta ahora no hay nada memorable para mejorar la calidad de vida de la población o sostener en alto el ánimo social.

El pleito cansa, aburre, fastidia. Polariza. Yo y los adversarios.

Ayer lunes se hizo pública una carta del presidente López Obrador al rey de España en que le pide se disculpe por la Conquista y los agravios cometidos hace 500 años.

Seguramente este percance no pasará a mayores, pero obtuvo una dura respuesta del gobierno español.

Se entiende que lo mismo haya hecho Hugo Chávez con el rey Juan Carlos, en el contexto de un altercado entre ambos. Pero nosotros ¿por qué tenemos que pelearnos con España?

En todo caso, que le reclame a Trump por las constantes groserías y atropellos contra los migrantes mexicanos, y que no han recibido una sola respuesta. Eso pasa ahora, no hace cinco siglos.

De lo malo hay que tomar lecciones, pues existe tiempo para corregir:

-El teflón es un espejismo.

-Pelearse sin ton ni son con gobiernos de países que nada nos han hecho (salvo hace cientos de años) revela un estado de ánimo alterado y pérdida de tiempo que debería ocuparse en gobernar bien y para todos.

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