En A day's work, un cuento de Truman Capote, Mary Sánchez, quien limpia varias casas a la semana, incluida la del escritor, termina sus noches rezando, y pide a Dios por la solución de los problemas de sus señores y señoras. Capote a su vez reza por ella, porque nunca desaparezca. Ella le pide que no haga eso: "Yo ya estoy salvada… Reza por todas aquellas almas perdidas allá afuera, en la oscuridad".
Estas semanas se presentan Roma, de Alfonso Cuarón, y Nuestro tiempo, de Carlos Reygadas. Siendo admiradora de su trabajo, comenzaré por decir que, entre los múltiples defectos que le encontré, lo que más me molestó de la obra de Reygadas fue la manera en que aborda la relación entre los burgueses y sus empleados: para el cineasta, el hecho de compartir cierto lenguaje: "verga", "huevos", o "tengo el pito parado", basta para equiparar y horizontalizar la relación entre los que gozan de un privilegio y aquellos que están ahí por un sueldo. Esta idea, además machista, me parece prepotente, autocomplaciente, terriblemente simplista y torpe.
En Roma, Cuarón retrata una relación que se da por las circunstancias y que se cocina con el amor inexplicable que dirigen estas mujeres a quienes cuidan. ¿Cómo se da esa extraña simetría entre una condición jodida de mujer, pobre, marginada, discriminada, vulnerable, y la pureza de ese abrazo que no pregunta, que sí consuela, que te asegura? ¿Qué intercambios hay de por medio, además del pago que las convierte en pieza clave de una familia privilegiada, al cuidado de niños privilegiados?
Es un misterio cómo se forja esta relación y qué es lo que entraña; muchas veces estas trabajadoras son esas segundas madres, las bondadosas, madres tierra, que te asientan en la realidad del estar vivo. Mujeres que están hechas de quién sabe qué material y que, como en una secuencia de Roma, sufren constantes amenazas: "pinche gata, si te vuelves a aparecer te parto la madre a ti y al chamaco que llevas dentro". Otra de las caras de este país que se cae a pedazos.
Heroínas que trabajan, dejando a sus hijos para cuidar a los de otros. Sin seguro médico, sin pensión, sin horas definidas de trabajo… Y la labor titánica de Marcelina Bautista y su sindicato por darles dignidad, derechos y seguridad social a estas mujeres de las cuales depende nuestro mundo. ¿Y qué hacemos nosotros, los que gozamos de algún privilegio? Buscamos redención sin saber si la encontraremos, intentamos emular esa dulzura y quisiéramos que se construyera el resto del mundo de la misma manera. Sin mérito, somos depositarios del infinito cariño y ternura que nos iluminan por el resto de nuestros días y que estoy segura nutren gran parte del esfuerzo que hacemos para mejorar este mundo injusto y salvaje, implacable sobre todo con las que menos tienen.
Fe de erratas: En mi columna de la semana pasada cité a Juan Caloca como autor del texto que acompaña la exposición Feeding the Ghost; es Susana Vargas quien escribió dicho texto.