La innovación implica encontrar más y mejores formas de hacer las cosas, de solucionar nuestros problemas. Pensemos por ejemplo en la rueda, la locomotora, o la inteligencia artificial. De hecho, es gracias a invenciones como estas que se mejoran las condiciones materiales y de bienestar de las sociedades. Aunque esta definición suena como algo muy abstracto, hay algunas medidas que nos ayudan a determinar el grado de innovación de un país. El Índice Mundial de Innovación, realizado por la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (OMPI), el Instituto Europeo de Administración de Negocios (INSEAD) y la Universidad de Cornell, es uno de ellos. Para calcularlo, se recopilan 82 indicadores relativos a los niveles de innovación que se producen en 131 economías. En su edición de 2023, nuestro país se colocó como la tercera mejor nación de Latinoamérica, ubicándose a su vez en el lugar 58 a nivel mundial.
Estos organismos reconocen las fortalezas en infraestructura, la sofisticación de mercado, sus instituciones, el capital humano y la calidad de las investigaciones que se realizan en el territorio nacional. Sin embargo, aún nos queda mucho por hacer: según el mismo índice, se reconoce que México necesita hacer más accesible la movilidad universitaria, optimizar la difusión del conocimiento, mejores pagos por el uso de propiedad intelectual, así como la importación y acceso a tecnologías de la información. Para lograrlo se necesita tanto de la inversión del sector privado, como del Estado. La falta de colaboración entre estos dos sectores es una desventaja e ignora las estrategias que han seguido países del sudeste asiático, que apostaron a aumentar la productividad de sus habitantes por medio de la innovación tecnológica. Los resultados están a la vista de todos: hoy, Corea del Sur, un país pequeñísimo, de apenas 50 millones de habitantes, es una de las 10 economías más boyantes del mundo.
Entonces, ¿qué podemos hacer quienes aspiramos a un cargo público? En primer lugar, incrementar la inversión estatal en la materia. Las cifras nos demuestran que se invierte muy poco, por ejemplo en 2020, con datos del Banco Mundial, México sólo destinó el 0.3 por ciento del Producto Interno Bruto en investigaciones y desarrollo, cantidad que se encuentra por muy debajo de los países que forman parte de la OCDE y de otros países de la región, como Argentina que invierte el doble. A esto hay que sumar los efectos producidos por la pandemia de COVID-19, los cuales siguen presentes hasta hoy y han representado un freno para la innovación, no solo en México sino en todo el mundo; la inflación generalizada y la disminución de financiamientos han impedido que más personas e industrias logren beneficios tangibles.
México tiene hoy un entorno propicio para la innovación que tal vez no hayamos tenido desde los años del ‘milagro mexicano’ a mediados del siglo pasado. El nearshoring, como se conoce al proceso en que las empresas internacionales han comenzado a reubicar sus empresas en entornos menos riesgosos, tendrá un impacto mayúsculo en nuestro país durante los próximos años. Atraer esas inversiones, que nos ayudarán a sacar a miles de mexicanos más de la pobreza y a mejorar la calidad de vida de todas las personas, pasa por introducir las innovaciones más recientes de los diferentes sectores en las diferentes ramas de la industria mexicana, así como en la capacitación de las y los trabajadores del país.
Esto tiene sus dificultades. Si bien el nearshoring puede ser una gran oportunidad para todas y todos, conlleva una serie de retos que debemos atender a la brevedad, por ejemplo el incentivar y dignificar a las profesiones técnicas. Aquí nos enfrentamos a una situación delicada, porque solo el 40 por ciento de las personas en México terminan la preparatoria, lo que imposibilita a que miles de mexicanos y mexicanas puedan acceder a un trabajo técnico y con ello aportar a la innovación nacional. Es fundamental en este punto que se siga apoyando con recursos y apoyo gubernamentales para que las personas no abandonen sus estudios, además de impulsarlos a dedicarse a la ciencia, tecnología, ingenierías y matemáticas.
Otro reto que enfrenta nuestro país para mejorar en innovación es la digitalización y conectividad. Si bien en los últimos años en México hemos sido testigos de un crecimiento acelerado en la creación de infraestructura para el procesamiento de información, convirtiéndonos en el cuarto país con más centro de datos, falta avanzar más en este terreno; es necesario que más empresas trabajen por incluir esquemas de trabajo híbridos, además de trasladar algunas de sus operaciones a computación en la nube.
La innovación en nuestro país implica que contemos con mejores empleos, más emprendedores y científicos. Si no son compartidos y los beneficios de la innovación se quedan para unos cuantos, las desigualdades no harán más que crecer. Esto es algo que sólo se puede lograr por medio de lo público y de la política.