Porque es el proyecto cultural más importante que este país logró edificar en el siglo XX. Ciencias exactas, cultura, humanidades, ciencias aociales, arte, etcétera, encontraron un crisol en el que desarrollarse, potenciarse y explayarse. La Universidad Nacional es el espacio en el que la inteligencia se encuentra, se transmite y se proyecta. Ese es un bien valioso que sirve de cimiento a una sociedad que busca ser democrática, libre e incluyente.
Porque, además de nacional, es autónoma. Lo mandata la Constitución y lo hace efectivo su quehacer cotidiano. Ese atributo permite que la pluralidad y la diversidad se recreen todos los días, fomenta la interdisciplina y sostiene la libertad de cátedra sin la cual la universidad no sería tal. La autonomía es atributo identitario pero también conquista colectiva. Sin ella la universidad no sería lo que es pero se gana y defiende día tras día. Valga el recordatorio en un contexto y momento en el que el presidente de la República —tras la promesa de no entrometerse— se pronuncia un día sí y otro también sobre los perfiles rectorales que no le gustan. La autonomía supone escuchar haciendo oídos sordos.
Porque millones de personas jóvenes miran en sus aulas la oportunidad para cambiar sus vidas. La UNAM sigue siendo un proyecto de esperanza, de movilidad social y de proyección individual y colectiva. Mantener sus puertas abiertas y potenciar sus alcances —lo cual cada vez es más viable gracias a la tecnología— es un deber institucional que la UNAM no debe descuidar. Pero la autonomía no es autarquía. La obligación constitucional, política y social de brindar oportunidades educativas a las personas en México es del Estado y, en particular, del gobierno de la República. Así que la UNAM es un actor fundamental pero no es protagonista en esa empresa. Brindar educación de calidad a las personas en México es una obligación de las autoridades estatales.
Porque la pandemia ha dejado tras de sí una huella que anuncia desigualdades sin precedentes. Sobre todo en el ámbito educativo. En esto la brecha tecnológica juega un papel nodal pero, en realidad, son las condiciones estructurales —las desigualdades históricas— las que activan las distancias. Tener o no tener acceso a una computadora, a una conexión de internet, a una sesión virtual marcó una huella indeleble que será visible en pocos años sobre las capacidades de una generación entera. El futuro personal, profesional, vivencial de esas personas quedó marcado en esa huella. La UNAM puede ser y debe ser una institución que contribuya a atemperar el efecto no igualitario de esa experiencia. Para lograrlo debe diseñar programas, reinventar dinámicas y cambiar estructuras, pero lo que importa es que puede hacerlo.
Porque la UNAM es todo menos una institución perfecta. La defensa de la universidad nacional pasa por el reconocimiento de sus múltiples retos y problemas. Asiento solamente tres como botones de muestra. Tal vez no son los retos principales pero son elocuentes:
a) Las personas estudiantes no son las protagonistas de la historia. Personas investigadoras, profesoras, directivas, administrativas, sindicalizadas, técnicas, etcétera, se disputan las disputas sobre la agenda universitaria. Y el estudiantado no gravita con peso en el debate. Recuperar el protagonismo de las voces estudiantiles es un expediente urgente y, paradójicamente, marginado.
b) La burocracia se ha comido a la academia. El peso de la administración inhibe las iniciativas creativas de quienes las tienen. Ante el monstruo burocrático las personas académicas recurren a los atajos posibles, las alternativas institucionales, las alianzas improbables o lo que haga falta para que sus iniciativas puedan materializarse. Sin una mejora regulatoria, una reducción burocrática, una verdadera política de transparencia y una gestión basada en resultados, la UNAM no seguirá siendo lo que ha sido.
c) Feminismo, género, diversidades, masculinidades. Se pueden acomodar de muchas maneras, pero estos conceptos trazan la agenda de nuestro tiempo. Sobre todo si observamos a las generaciones venideras. Una universidad debe saber responder a ello. La UNAM lo ha intentado pero falta mucho por hacer en esos temas. La expectativa de quienes vienen impone retos que no han sido calibrados como deben.
En las próximas semanas iniciará el proceso para renovar la rectoría de la Universidad Nacional Autónoma de México. Lo que decida la Junta de Gobierno —quién será la persona que encabezará a la universidad— será importante para la Universidad y para el país. Pero la UNAM es mucho más que su rectoría. Es miles de personas que estudian, enseñan, trabajan, discuten, investigan, escriben, actúan, modelan, dibujan, diseñan, calculan, miden, etcétera, en sus aulas, recintos, laboratorios, cubículos y espacios.
Si no fuera así, no habría resistido estos años.