Cuando el toreo se ejecuta despacio, se convierte en ejercicio sublime del alma. No hay emoción y sentimiento comparable al de ver torear despacio; el milagro del toreo es que un toro bravo, cuyo poder excede el entendimiento humano, reduzca su velocidad al suave y sutil llamado de una tela, extensión del espíritu y del cuerpo del torero. La bravura aflora sus nobles cualidades, el toro armoniza su embestida, el torero acompaña con el pecho, el cuerpo firme en la arena, entregado a la muerte si fuese necesario para poder vivir el arte de torear.
Juan Ortega, matador de toros sevillano, sin duda es un artista tocado por la mano de Dios para hacernos soñar el toreo. No es ni más valiente que otros, ni más poderoso, ni menos atrevido. Simplemente posee el equilibrio casi perfecto de la torería, y digo casi, porque en esa imperfección radica la naturalidad y la grandeza del arte de torear, el dominio sutil de la indómita bravura del animal más bello del planeta, el toro de lidia.
Es obligación, no siempre asumida por el ser humano, ser consciente del don atribuido por Dios para con responsabilidad, vocación, agradecimiento y absoluta entrega, desarrollarlo. Con el fin de alcanzar la plenitud personal, no sin los sacrificios necesarios, tropiezos y penurias que todo hombre pleno debe padecer.
Juan Ortega ha abrazado este privilegio. Su paz y equilibrio son nuestra alegría. Su torería da sentido a nuestra pasión por los toros.
Confirmó su alternativa el domingo. Ante el toro, de la ceremonia estuvo cumbre, elegante y muy torero. Fue el primer encuentro entre quienes pueden vivir un romance intenso. No existe un público más sensible que el de la México, y eso ante la tauromaquia de Juan Ortega es un romance anunciado. Fue como una primera cita entre dos personas que saben que se van a enamorar. Los argumentos se dieron; el romance apenas comienza.
Llevo más de 45 años viendo toros y pocas tardes me han despertado tanta ilusión por ir al tendido a ver un torero. Ortega tiene todos los atributos para que la afición mexicana se entregue a él como él lo hace a su toreo.
Juan Pablo Sánchez es el torero que mejor templa a los toros. Cualidad que lo convierte en uno de los diestros más interesantes, dada su capacidad de hacer que el toro medio, el que no es ni muy bueno ni malo, embista y con él estructurar faenas de triunfo. Su primer toro no sirvió, se rajó dramáticamente y no le permitió hacer nada, con acierto abrevió. Su segundo, un bonito aldinegro, berrendo, lucero y con muchos matices más en su pinta, Juan Pablo lo lidió magistralmente. El toro tuvo cualidades y el hidrocálido las exponenció en faena de temple, hondura y ligazón. Cortó una oreja, ratificando el momento de madurez por el que atraviesa y rematando un gran año torero.
Diego Silveti no tuvo opción alguna con sus toros. Hay tardes así. El toreo es muy duro y por eso admiramos tanto a los toreros.
Piensa despacio y obra deprisa, reza el dicho. Me encantaría que fueran siempre el tema central de mis editoriales la belleza, la bravura y la torería. Cobarde y traicionero sería para el toreo y la bravura no levantar alarmas serias sobre una realidad que puede aplastarnos.
La fiesta de los toros es un espectáculo único e irrepetible. Todos asumimos que dependemos principalmente del toro, de su presentación y su juego para que el torero intente y, en el mejor de los casos, consiga emocionarnos. Si bien el comportamiento del toro es impredecible y esto adhiere interés a cada tarde, lo que nunca debe faltar es la correcta presentación del toro en el ruedo.
La Plaza México es la más grande del mundo e importante de América. El toro que se lidie en su ruedo debe tener las mejores hechuras y seriedad del campo bravo mexicano. No me refiero a kilos ni a dimensión de pitones, me refiero a armonía, musculatura e integridad en las astas.
Asistir a una corrida de toros es caro; el público a quien nos debemos gasta su dinero con gusto. La emoción de la corrida comienza desde la semana previa; se escoge la ropa a vestir el domingo, se vive con ilusión cada día previo, por lo que no debemos traicionar esta ilusión con lo que salga por toriles. Ya si embisten, gloria bendita; si no funcionan, así es el toreo, pero de ninguna manera podemos no estar a la altura del público que hace un esfuerzo económico serio para vivir esta pasión compartida.
Todos somos responsables, todos; aquí no nos salvamos ninguno. Pongámonos serios si de verdad amamos el toreo y al toro bravo; de lo contrario, les pido a los aborrecidos prohibicionistas y antitaurinos que se ocupen del ecocidio en el Tren Maya, de salvar especies en peligro de extinción, de salvaguardar a las mascotas maltratadas que de aniquilar la fiesta de los toros nos ocupamos los taurinos.