La Fiesta Está Viva

El ritmo del arte

Octavio García El Payo es uno de estos hombres con el don divino para torear despacio, escribe Rafael Cué.

Torear despacio es quizá lo más complicado al lidiar un toro, pocos son los hombres capaces de hacerlo. Hay quienes poseen una técnica privilegiada y le pueden a muchos toros, cortan orejas y su trayectoria se basa más en la estadística que en la creación divina del arte, de obtener en conjunto con un toro momentos que detienen el tiempo; ralentizan el poder de un toro incluso desde el toreo de capote.

Octavio García El Payo es uno de estos hombres con el don divino para torear despacio. Este don no aparece de un día para otro, no te pones delante del toro y logras que disminuya su velocidad al ser embelesado por tu capote o muleta, así como así.

Este don viene desde dentro del corazón y el alma del artista, se llega a él tras un camino tortuoso de introspección, sufrimiento y gozo. Para expresar hay que sentir. En el toreo el lienzo es el ruedo, la pintura es el toro y los avíos los pinceles.

El Payo, todos sabemos que es un torero que inició de niño, carismático y con el valor de un hombre. Se formó bajo la dura y seria educación taurina de la escuela Tauromagia Mexicana, en la primera década de este siglo. Incluso desde ahí el queretano ha ido formando y entendiendo el sentimiento que se acumula en el vientre, avasalla el corazón y forma el alma del torero. Como es normal si analizamos fríamente el proceso evolutivo de su formación, este hombre ha pasado por distintas etapas artísticas, en algún tiempo, lejano ya, las circunstancias le hicieron sacrificar su esencia a cambio de la vorágine de las orejas para mantenerse vigente. Toreó mucho, triunfó mucho pero sintió poco. Normal, absolutamente normal dentro del medio taurino; la plenitud artística no llega antes de la madurez personal.

Hoy la realidad es otra, El Payo es un torero capaz de crear ante un toro, lo que muy pocos son capaces, no sólo en México, sino en el mundo taurino. Aquí saltará el lastimoso malinchismo de nuestro sistema taurino y de muchos aficionados, pero la contundencia de su toreo está ahí, por encima de ser juzgado, porque el arte no existe para ser juzgado, solamente gozado, quien no lo ve o no lo goza, sufre, de ahí la posibilidad de justificar ese sufrimiento por medio de la descalificación.

No me cabe en la cabeza cómo este hombre no hace el paseíllo en plazas donde su toreo es y será una declaración acerca de la grandeza de la tauromaquia universal. Veo en mi mente aficiones como la de Madrid, Sevilla, Bilbao, Nimes, Córdoba, El Puerto de Santa María, Santander, Albacete y muchas otras gozar con su expresión, no sólo estética sino en la forma en la que logra compenetrar y hacer cómplice de su creación al toro. La bravura encuentra en el toreo del Payo su máxima posibilidad creativa y expresiva al contar los toros con los elementos que les permiten lucir sus embestidas. Hay valor serio, un manejo preciso de los tiempos, las distancias y los ritmos, esta última cualidad es una ventana inmensa para la embestida; cuando el torero es capaz de hacer embestir a un toro con ritmo, el toreo adquiere otra dimensión.

Así lo gozamos el domingo durante la sexta corrida de la Temporada Grande en la Plaza México, ante un precioso toro de Xajay al que El Payo recibió con siete lances rotos de pasión y embrujo, rematados con dos soberbias medias verónicas. Especifico siete no por la cantidad, sino por la calidad en la cantidad. Pegar un lance pleno es difícil, siete ya es una borrachera de placer y arte.

El Payo amó a este toro, le hizo las cosas siempre despacio, en plena comunión con sus intenciones de bravura expresadas con clase, si no una clase desmedida, sí la suficiente para ser cómplice y protagonista de una gran obra de arte. La plaza no coreó los "olés", la plaza crujió al ritmo de las embestidas y el temple de los muletazos. La intensidad del público siempre fue al ritmo del toreo y las embestidas del toro de Xajay. Esta cualidad es única del público de La México, se conecta con el toro y el torero, es mágico.

La espada traicionó la creación; no haría falta poner orejas a la obra, sin embargo es necesario. Sufrimiento emocional del artista al no rubricar la obra, un sentido de vacío en el público a cambio de haber vibrado ante el toreo sublime. No hubo orejas, hubo arte en el toreo, arte en la embestida y arte en el alma de los ahí presentes.

Espero pronto verle de nuevo en Insurgentes y que los de allende el mar sean generosos con sus públicos y permitan a este hombre crear en Iberia.

Jueves de toros: Corrida Guadalupana en la Plaza México; 16:30 horas. Sergio Flores, Roca Rey y Luis David, ante seis de Begoña, que regresa a esta plaza después de más de 20 años.

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