La Fiesta Está Viva

Esta tarde vi llover

Cuando un hombre de la sensibilidad y trascendencia cultural universal como don Armando Manzanero se manifiesta con su presencia en una plaza de toros, todo hace sentido.

México ha perdido a un hombre que dejó huella en vida, de su corazón y de su alma fluyeron canciones que nos llevaron por sentimientos que las personas comunes no podemos poner en palabras, pero que un genio como el maestro Armando Manzanero las entregó al mundo; nos sentimos apapachados por saber que lo que nuestro corazón siente es parte de la vida, bueno y malo.

La inspiración y la capacidad de expresar con el tono de su voz cada sentimiento, sus palabras, la ligazón —para utilizar términos taurinos— de sus estrofas, el temple de su voz, el ritmo de su música —que a la vez fue su vida—, son comparables con obras excelsas creadas por artis-tas de otra rama, en este caso el toreo, quienes expresan sus sentimientos poniendo la vida de por medio ante un toro.

El maestro Manzanero fue aficionado a los toros, asiduo asistente a la Monumental de su natal Mérida y a otras plazas, como hace un par de años la de Aguascalientes, donde en plena feria engalanó la corrida desde un palco, recibiendo el honor del brindis de otro maestro, Enrique Ponce, admirado confeso del genio yucateco y que ahora que lo reflexiono, mucho tiene en común la música de Manzanero con la tauromaquia de Ponce. El dolor del alma y de amores, uno lo canta con suavidad, más como un bálsamo reconfortante que como el agudo sentimien-to a la nostalgia; el valenciano a su vez, utiliza el temple y la suavidad de su capote y su muleta para atemperar la violencia innata del toro, haciendo de la lucha entre el poder y la inteligen-cia, una danza armónica que despierta momentos sublimes, efímeros en tiempo pero a la vez eternos en la huella que dejan en el sentimiento.

No dudo que en alguna ocasión el maestro Ponce se encuentre toreando y en su mente tararee alguna canción del maestro Manzanero, porque como usted lo sabe y si no, se lo digo, Enrique Ponce es un gran aficionado a la música, incluso se tira al ruedo de la interpretación y sus for-mas van por el camino del sentimiento, la suavidad y la despaciosidad, lo mismo que Manzane-ro.

Cuando un hombre de la sensibilidad y trascendencia cultural universal como don Armando Manzanero se manifiesta con su presencia en una plaza de toros, todo hace sentido. Dudo que los troles antitaurinos le atacaran con sus flácidos argumentos emanados de las mentiras mil veces repetidas y que hoy toman como verdad.

Hemos llorado este año a amigos, conocidos y familiares. Pocas cosas reconfortan el alma co-mo la buena música, ponen en palabras lo que el corazón y la mente manifiestan, nos hacen olvidar por momentos, llevándonos de la mano por viajes que serenan los torrentes de dolor que sentimos.

Este año que gracias a Dios termina ya, ha sido como aquella tarde lluviosa que Manzanero canta a la nostalgia de quien ya no está. Sin negarlo, acompaña el dolor de tal manera que nos transporta a los mejores recuerdos de la historia que nos atormenta.

Se vale llorar, se vale sufrir, se vale, y más ahora, escuchar a Manzanero para que sus estrofas nos acompañen por el dolor de la pandemia que nos ha azotado este terrible 2020. Este dolor sólo nos hará más fuertes. Cada uno tiene su historia, pero todos estamos sufriendo, el medio taurino ha sido golpeado brutalmente, se han ido amigos, toreros, ganaderos y aficionados. Hoy habrá fiesta en el cielo mientras aquí lloramos escuchando a Manzanero, recordando a amigos y valorando lo que antes dábamos por hecho. Así que aprovecho para decirle, amable lector, que aprecio su lectura, que lo quiero y respeto. A mis amigos, que alguno me lee, gracias por su amistad y apoyo en este año tan duro para todos, los quiero, y mucho. A mi familia, espero ser capaz de demostrarles mi amor y cariño con mis acciones. Al mundo le deseo paz, y que la salud sea lo que nos devuelva al camino del bien. A los políticos les deseo que el sentido común reine en su nublada y por momentos escasa mente.

Dios lo bendiga, don Armando, gracias por hacer de este mundo un mejor lugar para vivir.

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