La Fiesta Está Viva

Sangre por gloria

Una corrida de toros está llena de simbolismos, el ruedo es circular, como el planeta, como el ciclo de la vida, escribe Rafael Cué.

El toreo es un acto heroico, majestuoso, de tremenda fuerza emocional y artística, basado en la realidad más brutal del ciclo de la vida: la muerte. El ser humano en su periodo primitivo y en ancestrales civilizaciones, asumía la muerte como un honor, sacrificio a los dioses para reafirmar y honrar su estadía en la tierra.

Una corrida de toros está llena de simbolismos, el ruedo es circular, como el planeta, como el ciclo de la vida. El toro simboliza el poder de la naturaleza, la belleza absoluta de un animal infinitamente más poderoso que el hombre, al que este último desea dominar por la vía de la inteligencia, utilizando el valor como instrumento de seducción ante la nobleza envuelta en poder y bravura del toro.

Es realmente un milagro que el encuentro de estos dos seres: toro y torero, fuerza bruta ante inteligencia y valor, derive en arte. El público participante, pasivo en lo físico pero íntimamente ligado en lo emocional a estos dos seres, vive a plenitud espiritual y sensorial el desarrollo de la puesta en escena de la manifestación del ciclo de la vida, la lucha a muerte por la vida.

La Feria de San Isidro en la Plaza de Toros de Las Ventas, en Madrid, es el epicentro taurino mundial durante 34 días seguidos. Este 2019 ha sido una gran feria, llena de triunfos, toros bravos, toreros heroicos, toreros artistas y sangre torera. Tributo de los valientes en busca de la gloria. Los afilados e imponentes pitones de los toros han cobrado el impuesto al valor, el intercambio que los toreros están dispuestos a pagar a cambio de vibrar y hacer vibrar al público, pasándose un toro por la cintura, creando belleza, armonía, ritmo y conjunción entre dos cuerpos —a veces tres, en el caso del rejoneo—. Segundos que duran para toda la vida; pero como la vida misma, está la otra cara de la moneda, hay mucho en juego: ilusiones, sueños y la vida en sí. En unos segundos la gloria pasa a tragedia.

Esta última semana en Madrid se han escrito con sangre y oro páginas importantes en la historia del toreo. Son dos casos principalmente.

Comenzando por la gloria: Pablo Hermoso de Mendoza, de quien se ha escrito mucho y bien, gracias a su trayectoria; el revolucionario del toreo a caballo en fondo, forma y grandeza en los despachos, tras un par de años sin suerte en esta plaza, el sábado creó una obra de arte fantástica, logrando amalgamar la bravura de un gran toro del Capea, con la alta escuela ecuestre en su doma y los principios del toreo: parar, templar y mandar. Ritmo y clase, torería y perfección. Puerta Grande para un maestro incombustible, cuyo techo ecuestre no se advierte cercano, lo que amplía la posibilidad de torear a caballo cada vez mejor, más cerca, logrando ritmo en la intención de tres espíritus: hombre, toro y caballo.

La segunda: Román, torero valenciano, todo valor y entrega. Alegría por jugarse la vida, sonrisa ante el miedo, sonrisa ante el peligro y sonrisa en el toreo, mereció ocupar tres sustituciones seguidas debido a que Emilio de Justo, torero clásico, elegante y profundo, anunciado en Nimes, Madrid y Vic-Fezensac, por fractura de clavícula derivada de una fuerte voltereta, no pudo comparecer.

La dureza para unos se convierte en alegría de otros. Miles de kilómetros de carretera e ilusión. Llega a Madrid, la boca seca, la sonrisa por delante y alegría de jugarse la vida ante un toro. Su primero, imponente, sin clase ni opciones, pero Román viste de azul y oro y hay que honrar el traje y la profesión. Se juega la vida como los valientes, al entrar a matar lo prende el toro y le pega un cornadón de 30 cm, le destroza la pierna derecha, poniendo en vilo su vida. Cinco segundos bastaron para que viviéramos la cruda realidad del toreo. Angustia, ambiente enrarecido por la sangre derramada. Oreja para el torero herido que hoy se encuentra estable.

Al siguiente toro, Curro Díaz, diestro gitano de gran expresión torera, antes de iniciar su faena se va a la puerta de la enfermería y deja su montera sobre la barrera, sin palabras, todo estaba dicho. A escasos metros su compañero luchaba por su vida, Curro Díaz en el ruedo le brindaba la suya honrando el toreo.

Faena de entrega, pellizco de arte y verdad. Oreja para el de Linares y gloria para el toreo.

COLUMNAS ANTERIORES

La Resurrección
La de rejones

Las expresiones aquí vertidas son responsabilidad de quien firma esta columna de opinión y no necesariamente reflejan la postura editorial de El Financiero.