El martes pasado, en su segundo mensaje anual al Congreso, llamado el Estado de la Nación, Joe Biden tuvo una buena noche. Se mostró vital. El discurso era apropiado –frases cortas y optimismo por aquí y por allá–. Cuando los republicanos le gritaron mentiroso, se creció a la reyerta. Contestó con agresivo aplomo, como diciendo: hay presidente para rato y nos veremos en la elección de noviembre de 2024.
El momento es bueno para Biden. La inflación está cediendo, los precios de las gasolinas continúan a la baja y el desempleo está en su punto más bajo en cuatro décadas, 3.4 por ciento.
El Estado está de regreso es el mensaje central de la presidencia y del discurso de Biden. Estamos mejorando la infraestructura, pues habíamos caído al número 13 del mundo. Volveremos a producir. Habrá industria y crearemos buenos trabajos. Bajaremos el precio de las medicinas y habrá muchas guarderías para los niños.
Los tientes del discurso de Biden respecto a la economía fueron nacionalistas y populistas. Producción nacional para dejar de exportar empleos y competir con China. Nuevamente, Estados Unidos como el país de la esperanza; donde todo se puede lograr.
Biden intenta apropiarse del discurso de Donald Trump –los estadounidenses primero y vamos a crear buenos empleos para la clase trabajadora–. A la vez, es diametralmente lo opuesto, pues para Trump, el Estado es la fuente de todos los males que aquejan al país. En la mejor tradición de Ronald Reagan.
Biden está cumpliendo exactamente la mitad de su cuatrienio. En sólo dos años logró una serie de leyes que podrían cambiar la cara de la economía de nuestro vecino. Pero el ciclo electoral es corto en Estados Unidos. Ya Donald Trump, desde noviembre pasado, declaró que buscará la nominación de su partido.
En su aparición ante el Congreso, Biden no dejó dudas: está pensando en la reelección. Su legado histórico es frenar a Trump. Ya lo logró en la elección de 2020 y parcialmente en la de 2022, pues, contra los pronósticos, los demócratas conservaron el Senado.
En la medida que Trump avance en la conquista de la candidatura republicana, Biden se aferrará más a la candidatura demócrata.
La frase más contundente en su discurso al Congreso fue: “Vamos a acabar lo que empezamos”.
Un cuatrienio, sin embargo, no da para la gran ambición de Biden. Un cambio completo a la fachada de la abollada infraestructura económica. Echar a andar una política industrial que le permita volver a producir internamente artículos de enorme importancia para la seguridad nacional y la competencia estratégica con China, como semiconductores avanzados. Y lograr una reconversión hacia energías limpias que den sustentabilidad no sólo a Estados Unidos, sino no volverse un ejemplo para el planeta.
El tiempo es el mayor enemigo de Biden. Cumplió 80 años en noviembre pasado. De reelegirse, empezaría su segundo cuatrienio a los 82 y lo terminaría a los 86. Ya es el presidente más viejo de la historia.
Se vio bien en el Congreso, pero en dos años se ha visto errático y con los años encima. Sus críticos lo tachan de senil. Sus seguidores no pueden negar que ya pasaron sus mejores años.