La reunión del canciller Marcelo Ebrard, al arrancar la semana, con todos los cónsules en Washington, DC, tuvo mucho sentido y pocos precedentes.
Los 52 consulados a lo largo y ancho de Estados Unidos son el brazo armado de la diplomacia mexicana en ese país. Concentran cerca de la mitad de toda la diplomacia desplegada en el mundo. La misión consular tiene mucho sentido: atender a la comunidad mexicana, acercarse a los mexicoamericanos y velar por nuestros intereses económicos, políticos y sociales donde está concentrado cerca de 80 por ciento de nuestras exportaciones.
La reunión de Ebrard tuvo como propósito específico disputarle la narrativa a un puñado de legisladores republicanos, archiconservadores y, por lo general, antimigración, que intentan nombrar a los cárteles mexicanos grupos terroristas. De lograrlo, su Ejército podría combatir a los grupos criminales.
Tiene razón Ebrard. Es fácil para Estados Unidos echarle la culpa a México de las desgracias en la sociedad estadounidense que está causando el fentanilo: 70 por ciento de las 108 mil muertes por sobredosis de opioides en 2022.
Desde finales de los años 60, el presidente republicano Richard Nixon inicio la guerra contra las drogas. Cerró literalmente los programas de salud pública y puso todos los recursos en las dependencias de seguridad. A avasallar a los narcotraficantes allende sus fronteras y fortalecer la interdicción.
Seis décadas después hay evidencia de sobra de que los enfoques punitivitos centrados en combatir la oferta de drogas han tenido consecuencias desastrosas. Violencia sin cuartel en América Latina y cada vez más consumo de drogas en Estados Unidos, y también en nuestra región.
El problema de la ofensiva de la diplomacia consular que propone Ebrard es que llega tarde y con pocas municiones. Más aún, la polarización política y la llegada de los tiempos electorales en Estados Unidos complican el activismo diplomático mexicano.
La reunión se realizó tarde. El sexenio de AMLO está menguando. Ya pasaron cuatro años y meses. La diplomacia de AMLO ha sido negligente, por decir lo menos, con nuestro gran aliado natural en Estados Unidos: la diáspora mexicana. Ésta se compone de 39 millones de personas: 12 millones de connacionales y 27 millones de estadounidenses de origen mexicano. Y AMLO, como presidente, no ha tenido a bien realizar una sola visita a esta diáspora.
Ebrard instruyó a los cónsules a salir e informar sobre las acciones de México para combatir el fentanilo. El arsenal, sin embargo, es escaso. Los esfuerzos de México han sido magros. Una campaña nacional en medios de comunicación sobre los estragos de la morfina sintética y decomisos en la frontera común. Se creó también un grupo binacional de fentanilo, el cual aún no muestra resultados.
El énfasis de AMLO y su diplomacia han consistido en criticar y defenestrar lo anterior: la Iniciativa Mérida. Se lanzó el Acuerdo Bicentenario. Éste adolece de ambición y dientes.
En Estados Unidos ya soplan los vientos electorales. El año próximo hay elecciones presidenciales y legislativas. Qué mejor para muchos políticos, como el diputado Dan Crenshaw (republicano de Texas), que mostrar su activismo introduciendo en el Capitolio una resolución para nombrar terroristas a los cárteles mexicanos.
Si la ofensiva consular mexicana no se hace con cuidado y conocimiento de los distintos escenarios políticos locales, será como meternos entre las patas de los caballos políticos de ese país. La enorme polarización política que caracteriza a Estados Unidos está provocando verdaderas guerras culturales: supremacía blanca versus un país plural en que los anglosajones dejarán de ser mayoría.
La diplomacia consular debe ser cuidadosa de no tocar cuerdas culturales que provoquen a conservadores o liberales. Preocupa el número elevado de cónsules con nombramiento político que carecen del conocimiento y experiencia para moverse en las aguas agitadas del vecino.
Mi conclusión es que la petición de Ebrard a sus cónsules de salir a defender el récord de AMLO frente a los cárteles y crimen organizado es, por lo menos, una tarea cuesta arriba.