Como cada 12 años, el próximo año coincidirán las elecciones presidenciales en México y el país vecino del norte.
Al entrar en los tiempos electorales en ambos países es sorprendente y significativo el literal enroque democrático entre México y Estados Unidos. Hasta hace sólo un par de décadas, Estados Unidos se jactaba de brillo democrático y se tachaba a México, con toda legitimidad, de pantomima electoral.
No es exagerado señalar que en la elección de 2024 en Estados Unidos está en juego la supervivencia de su democracia, la cual durante los dos últimos siglos fue modelo para el planeta entero.
Para politólogos estadounidenses, como mi compañera de facultad en la Universidad de California, San Diego, Bárbara Walter, Estados Unidos ya dejó de ser una democracia, aunque aún no llega a ser un régimen autoritario. Es una anocracia. Es decir, no cuenta con un sistema electoral sólido e imparcial y la profunda polarización política está rompiendo los consensos necesarios, como que los partidos políticos acepten los resultados electorales.
Para Walter, las anocracias son inestables y riesgosas. Sobran ejemplos de los riesgos que experimenta Estados Unidos. En las últimas semanas, organizaciones de extrema derecha armadas, conocidas como milicias supremacistas blancas, han amenazado con asesinar a la fiscal del condado de Fulton en Georgia, Fani Willis, y a sus empleados, quienes están intentando hacer justicia enjuiciando a Donald Trump por tratar de revertir los resultados electorales del estado en 2020.
Tampoco ayuda que, quienes son los amplios favoritos para enfrentarse en las urnas en noviembre del 24, Biden y Trump, tienen 80 y 77 años, respectivamente. Sobra decir que ya pasó su mejor momento para cumplir con una tarea titánica.
México, por el contrario, puede vanagloriarse de ir a una elección con una autoridad central ciudadana, el INE, que logró resistir los ataques de AMLO. Más aún, las dos prácticamente grandes contendientes son mujeres y en una edad óptima para echarse la pesada carga del país. Claudia Sheinbaum, 61, y Xóchitl Gálvez, 60.
Ninguno de los dos países ha sido gobernado por una mujer. México seguramente se adelantará y no es un logro menor.
Gracias a la pluralidad política que priva en nuestro país, hemos tenido una inédita sorpresa con la consolidación del Frente opositor.
Pesa, sin embargo, un escenario peligroso en caso de una elección muy cerrada. AMLO se ha caracterizado por no aceptar los resultados electorales más que cuando resulta ganador.
Ese mismo escenario de elección cerrada es más complejo y preocupante en el vecino país.
El riesgo es doble. Primero, por tercera ocasión en este siglo, es posible que gane la elección el candidato que pierde el voto popular. Trump llegó a la Presidencia en 2016 con menos de 3 millones de votos que la candidata demócrata, Hillary Clinton, lo cual evidencia el anacronismo del llamado Colegio Electoral. Y todo apunta a que si Trump vuelve a ganar en 2024, será por las ventajas que le confiere al Partido Republicano ese sistema de votación no directa.
El segundo escenario es, francamente, peligroso. Si Trump no es aplastado por Biden, se va a insubordinar y las cada vez más numerosas y mejor armadas milicias supremacistas blancas saldrán a dar la batalla.
Como bien predice el libro de Barbara Walter, Cómo empiezan las guerras civiles, Estados Unidos podría experimentar franca ingobernabilidad y violencia.
En los dos últimos siglos, a Washington siempre le preocupó la falta de democracia y posible ingobernabilidad de México. Paradójicamente, en 2024 Estados Unidos constituye un mayor riesgo.