El desayunador del padre Chava es un lugar icónico de Tijuana, como ciudad de migrantes. Creado hace 21 años por un padre Salesiano, Chava, sirve sustantivos desayunos a cerca de mil 200 personas cada mañana de lunes a sábado. Muchas de ellas indigentes que fueron deportados a Tijuana y se quedaron a merodear y sueñan regresar a Estados Unidos.
En las épocas del coronavirus no sólo no ha cerrado sus puertas, está incrementado su actividad sirviendo más desayunos. Claudia Tortela, su valiente y apasionada directora del Uruguay, me explica que está llegando más gente: "me imagino que meseros o empleadas domésticas que han perdido su empleo están visitándonos. Algunos de ellos traen a toda la familia. Los tenemos que alimentar".
Ubicado cerca de la línea fronteriza, es un edificio de tres pisos completamente dedicado a las mujeres y los hombres y los niños más vulnerables de Tijuana. El comedor está en el primer piso. En el segundo se ubica la clínica de salud y peluquería, y el tercero es un albergue para migrantes varones.
Todas las mañanas se forma una larga fila en la calle, que se alarga por cuadras. Adentro, la acción empieza en la madrugada; una cocina recién remodelada, bajo el mando implacable del chef, expandillero de Los Ángeles, deportado hace años, quien reparte órdenes y sonrisas y condimenta sus cazuelas.
Todos los voluntarios tienen que llegar a las 7 am para que Claudia y su segunda de abordo, Marisol Aldana, una tapatía de empatía incomparable, formen los equipos: los 'pinches' de cocina, los meseros, los que abastecen el pan y la bebida, y quienes reciben a comensales para que se laven las manos, se apliquen gel sanitario y pasan ordenadamente a una mesa, guiados por un voluntario, quien los invita a rezar una oración.
El doctor José Luis Burgos, profesor de la Universidad de California, quien dirige la clínica de salud del desayunador, ha instrumentado junto con Claudia nuevas prácticas para evitar el contagio. Los comensales entran en grupos de tres, ya no seis. Es imposible insistirles en la fila que mantengan 'Susana Distancia', me explica Claudia, pero adentro sí se logra. Todo el personal voluntario usa tapabocas y guantes de látex.
Me señala el doctor Burgos que tienen un solo termómetro que mide la temperatura sin tener que tocar al paciente, al cual cuidan como oro. "Si vemos a alguien que aparece sintomático, le tomamos la temperatura y hemos habilitado una clínica al aire libre en la parte de atrás, para no tener que ingresarlo al segundo piso", señala.
La clínica de salud arrancó en 2014. Además de atender a quienes asisten a desayunar, entrena a estudiantes de medicina de la Universidad Autónoma de Baja California y de la Universidad de California San Diego. También es un centro de investigación. Cada día, los doctores Burgos y Enrique Peña atienden entre 20 y 40 personas.
No tienen equipo preventivo. Los doctores Burgos y Peña cuentan con una mascarilla para toda una semana. "Hay que innovar", me explican, "no nos queda otra. La desinfectamos varias veces al día".
Aún no han detectado un enfermo de Covid-19. Las guías de detección que ha publicado la Organización Mundial de la Salud (OMS) son muy generales. Me muestra el documento que señala:
Persona bajo sospecha de cualquier edad que presente dos de los siguientes síntomas en los últimos siete días:
Tos, fiebre, cefalea (dolor de cabeza), falta de aire, disnea (dificultad en respirar), dolor en articulaciones, dolor muscular, dolor faríngeo, flujo nasal, conjuntivitis y dolor en tórax.
Sin pruebas, me explica el doctor Burgos –y desde luego no tienen–, es cuesta arriba diagnosticar Covid-19, pues los síntomas anteriores son de cualquier influenza o resfrío.
En el tercer piso, en el albergue, por consideración a la pandemia, sólo tienen a 53 migrantes, poco más de la mitad de su capacidad: 90 literas en un solo galerón.
El hecho de que la frontera está parcialmente cerrada y que el tránsito internacional se haya caído en 85 por ciento implica que, los donativos provenientes de California han menguado hasta casi desaparecer. Con la cuarentena en California ya no se animan a venir, me explica Claudia.
Mientras estoy en cuarentena y me siento aprisionado, seguramente, como muchos de ustedes estimados lectores, Claudia, Marisol y los doctores Burgos y Peña están metidos en la trinchera. Se juegan la vida en su labor diaria que la pandemia ha hecho más necesaria.
El personal de los albergues, religiosos y voluntarios, en su mayor parte mujeres, los doctores y las enfermeras y algunos servidores públicos son los héroes de nuestra frontera en los tiempos del Covid-19.
Siempre lo habían sido. Ahora el Covid-19 los ha agigantado. Estos héroes de la frontera están cortados de la misma fibra que los voluntarios del temblor que sacudió a la CDMX en 1985.