Hace unos meses, de paso por la pequeña comunidad de Texán Palomeque, comisaría del municipio de Hunucmá en Yucatán, pregunté a un joven si la reciente apertura de una megaplanta cervecera de Grupo Modelo en las inmediaciones, había significado una gran oportunidad de empleo bien remunerado cerca de su lugar de residencia y si ya estaría laborando ahí. Su respuesta fue tajante: “No quiero trabajar ahí, te obligan a usar botas, casco, chaleco, y esas cosas no me gustan”.
Este es un desafío común al que nos enfrentamos también en la industria de la construcción. En innumerables ocasiones he oído decir a colegas empresarios que no proporcionan equipo de seguridad a sus obreros porque no les gusta usarlo. Sin embargo, y por fortuna, es creciente la cantidad de clientes que exigen esas medidas como una obligación. La obligación incluso está establecida en el marco regulatorio, pero la misma autoridad es laxa en su supervisión y exigencia, quizá conociendo lo arraigado de los usos y costumbres contrarios a estas sanas prácticas.
Pero esto es algo que tiene que evolucionar pronto, si nuestra industria de la construcción no quiere generar una deuda tecnológica y social que podría alcanzar niveles insostenibles. Los avances en este sentido, necesariamente tienen que venir acompañados de esfuerzos por cerrar la brecha de la transformación digital en el sector.
En las construcciones, es un factor clave concluir los proyectos a tiempo, y dentro del presupuesto, pero cada vez es más importante que esto se logre garantizando la seguridad de los obreros, eso explica los avances de los años recientes en normatividad, para imponer medidas mas estrictas. Al mismo tiempo, la pandemia por Covid-19 ha demostrado que existe una gran necesidad de implementar una transformación digital en la empresas. Una encuesta global recientemente aplicada por la empresa InEight, arrojó que 70 por ciento de los constructores reconocieron a la transformación digital, entendida como el análisis avanzado de datos, la inteligencia artificial y el aprendizaje de las máquinas, como la más grande fuente de oportunidades de mejora para los próximos tres años.
La mezcla de la digitalización con los equipos de protección personal ha dado lugar a un enorme crecimiento en la naciente industria de la tecnología de ‘vestir’, con aparatos como cascos inteligentes, exoesqueletos, goggles, chalecos, guantes, botas, que ahora incorporan sensores y otros dispositivos, con los cuales se puede lograr una mejora sustancial de la seguridad, pero también de la competitividad y productividad. De acuerdo con un reporte de la empresa londinense Global Data, esta industria alcanzo en 2018 un valor de 23 billones de dólares, y con una tasa de crecimiento del 19 por ciento anual, podría llegar a 54 billones en 2023.
A pesar de las resistencias que aún existen, como la de aquel joven de Texán, las innumerables aplicaciones comerciales de estos equipos y prendas de vestir inteligentes, están demostrando su valía tanto para las empresas constructoras como para los obreros, asegurándose así un promisorio futuro dentro del sector.
Raúl Asís Monforte González.
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