Antonio Guterres, Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas, ha sido claro y contundente: es preciso instrumentar un audaz plan de acción para el agua, que le conceda al elemento vital de nuestro mundo el compromiso que merece.
En el año 2015 todos los países hicieron la formal promesa de alcanzar en 2030 una serie de Objetivos de Desarrollo Sostenible, el sexto de ellos se propuso garantizar que todos los habitantes de este planeta tengamos acceso a agua limpia para beber y satisfacer todas nuestras necesidades, así como al saneamiento del agua residual que resulta después de que le hemos dado adecuado uso.
Ese derecho humano aún está pendiente de ser satisfecho, y más aún, nos encontramos bastante apartados del camino, de modo que con los datos disponibles actualmente, es posible afirmar que se tiene que trabajar cuatro veces más rápido en promedio para que sea posible hacerlo efectivo en el tiempo que nos propusimos. Pero esto no es una labor para cualquiera en solitario, ni tampoco para un grupo específico, la crisis del agua y el saneamiento nos afecta a todos, y por eso todos estamos obligados a tomar la responsabilidad de implementar las necesarias acciones.
Los datos son crudos: La OCDE pronostica que la demanda global de agua se incrementará un 55 por ciento para el año 2050. El 44 por ciento del agua residual proveniente de los hogares se vierte sin haber contado con un tratamiento completo y seguro. Casi la mitad de la población de todo el planeta, 3.6 mil millones de seres humanos, carece de acceso a un saneamiento adecuado y una de cada cuatro personas, dos billones, carecen de acceso a agua potable segura.
1.4 millones de personas mueren y otros 74 millones ven disminuida su esperanza de vida anualmente a causa de enfermedades que están directamente relacionadas con un pobre acceso a agua, saneamiento e higiene.
Así que no hay duda, este es un momento crucial en el que esta generación tiene la responsabilidad, pero también la oportunidad, de unirse para enfrentar este enorme desafío y resolverlo adecuadamente mediante la colaboración efectiva entre todos, asumiendo compromisos voluntarios relacionados con el uso, el consumo y la gestión que cada uno hace de este vital recurso, que aceleren sustancialmente el progreso hasta hoy logrado y que permitan aportar un cambio veloz y transformador en lo que resta de esta década, para alcanzar el ODS número 6.
La crisis del agua se relaciona transversalmente con otros grandes retos que enfrenta la humanidad y dificulta sus soluciones, desde los asuntos de salud o de hambre, de equidad de género o empleos, educación o industria, y desde los desastres hasta la paz, juega un papel protagónico en la migración forzada, el cambio climático, la reducción de la pobreza y la seguridad alimentaria.
Por todo lo anterior, es pertinente sentenciar que el acceso universal a agua limpia y saneamiento es un derecho humano básico que aún está pendiente, y que es urgente garantizar.