Un bebé nacido al principio del siglo XX tenía la esperanza de llegar a vivir 47 años, pero otro que nació en el año 2000 ya había incrementado esa posibilidad a 77 años en promedio a nivel global.
Muchos expertos coinciden en afirmar que al menos 20 de esos 30 años de incremento en un lapso de un siglo, se deben al avance de los sistemas de generación y distribución de agua potable para consumo humano, y a los de procesamiento de la correspondiente agua sucia que resulta después de hacer uso de la primera.
Por esa razón Lewis Thomas, quien fuera decano de las escuelas de medicina de Yale y de la Universidad de Nueva York, dijo alguna vez que los más grandes avances de la mejora en la salud humana se los debemos más a la ingeniería civil y a la industria de la construcción, que a la biología o la medicina.
Y a pesar de que los avances en esas disciplinas han sido extraordinarios, todavía un tercio de la población mundial no tiene acceso a agua potable salubre y más de la mitad carecen de acceso a sistemas de drenaje y tratamiento de aguas residuales. Un 40 por ciento de las personas no disponen de una instalación básica para lavarse las manos con agua y jabón y más de 670 millones aún defecan al aire libre. Por ello es comprensible que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) haya propuesto dentro de la Agenda 2030 el número 6 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que se propone garantizar en ese año la disponibilidad de agua, su gestión sostenible y el saneamiento para todos en este planeta.
Contribuir al logro de este objetivo, es algo que todos le debemos a los niños y niñas del futuro, pero el cambio climático nos está complicando un poco las cosas. Hace un par de días vi publicado en algún lugar un mapa de la república mexicana que mostraba más de tres cuartas partes de su superficie con los niveles más altos de estrés hídrico. El incesante incremento de la demanda de agua mientras que las fuentes de abastecimiento disminuyen en cantidad y capacidad, ha ocasionado un abismo que cada día se ensancha y se hace más profundo, además de generar mayores costos.
El precio promedio del agua en las 30 ciudades más grandes de los Estados Unidos, se incrementó un 60 por ciento en la última década. Esto hace poco viables e insostenibles las enormes inversiones que se necesitan para abatir este rezago y alcanzar las metas, a menos que encontremos el modo de generar algo muy valioso a partir de lo que probablemente hoy nos parezca muy asqueroso.
Cada año se generan más de cien millones de toneladas de lodo residual como subproducto del tratamiento de las aguas de desecho. Con una población creciente y la necesidad de llevar ese servicio a la otra mitad que no lo tiene, hay que disminuir ese residuo y lo más prometedor hoy para hacerlo, es un sistema de digestión anaeróbica que es muy costoso, pero que genera un biogas que puede usarse para generar calor y electricidad. Investigadores de la Universidad de Columbia Británica en Canadá, han encontrado un método para extraer de este lodo fósforo, un mineral crucial para la salud y valioso fertilizante comercial. Esto puede garantizar la viabilidad y la sostenibilidad financiera de estos sistemas.