Otros Ángulos

Lo que faltó en Culiacán

Las fuerzas de seguridad encargadas de aprehender a Ovidio Guzmán, ¿no sabían en dónde se metían, quiénes los vigilaban, su capacidad de respuesta?

Hace un par de años, Humberto Mussachio, el más grande enciclopedista vivo y yo, recibimos una invitación de Heriberto Galindo para visitar Sinaloa. Con gran sorpresa para nosotros, fuimos designados hijos preferidos del pequeño municipio El Palmar de los Sepúlveda, de donde son originarias nuestras familias maternas. Al honor de ese insospechado merecimiento, siguió el darnos cuenta de la no oculta simpatía, adhesión y hasta admiración que despiertan las acciones de quienes de diversas maneras han beneficiado al Estado: los narcos.

Cuando hace unos días el país se estremece con lo ocurrido en Culiacán y, sobre todo, con las siete versiones y once rectificaciones de los miembros del gabinete de seguridad, nos damos cuenta de lo inocultable:

El desconocimiento de lo elemental, trae consigo una colosal ineptitud de quienes quieren gobernar y no lo consiguen.

El saldo menor, si así pudiéramos calificarlo, es de 14 muertos, decenas de heridos, la fuga del penal de 51 criminales y más de diez horas de tener horrorizada a la población. El saldo mayor es mucho más grave:

Tal como lo han demostrado Raymundo Riva Palacio en estas páginas y Salvador García Soto en El Universal, el presidente de la República se ha hecho un ovillo para tratar de explicar si sabía o no del operativo y, el porqué liberó a un delincuente al que Estados Unidos quería tener en sus manos. Y con ello, incurrir en violaciones constitucionales, al punto que no tenía atribuciones legales para dejar en libertad al criminal Ovidio Guzmán.

Estamos frente a un escenario que pudo haberse evitado y el fracaso debió ser un acto legal y justo. Pero ninguno de quienes conforman eso llamado gabinete de seguridad con su capitán al frente, han leído un texto fundamental para las tareas que mal desarrollan. Se llama El arte de la guerra, de Sun Tzu. Este compendio de estrategia taoísta, escrito hace aproximadamente dos mil quinientos años, ha sido utilizado por personajes como Julio César, Napoleón, Maquiavelo, Carl Von Clausewitz, Mao Tse Tung, Rommel y hasta Eisenhower. No son los únicos, el tratado sirve en la actualidad a empresarios, líderes políticos y gente común en su vida cotidiana.

Los generales mexicanos y mandos operativos en el desfondamiento de Culiacán, nunca lo han leído, ni siquiera ojeado ya que se hubieran dado cuenta que el supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar. Y para ello, lo que debe utilizarse es la inteligencia. De antemano sé que no lo leerán a pesar de poder encontrarlo en cualquier librería y en internet. Por ello les digo que contiene trece capítulos de los cuales siete son imprescindibles: La dirección de la guerra; La estrategia ofensiva; Puntos débiles y puntos fuertes; Las nueve variables; El terreno; Ataque de fuego; y Sobre el uso de espías.

Esta lectura mínima hubiese sido suficiente para darse cuenta que con precipitación para cumplirle a Terry Cole, director regional de la DEA norteamericana, entrarían a la boca del lobo. ¿No sabían en dónde se metían, quiénes los vigilaban, la capacidad de respuesta, el estado de ánimo de soldados que una y otra vez han sido humillados por grupúsculos y por el jefe supremo?

Apresado el 'presunto culpable' en las condiciones descritas, literalmente patearon el avispero. En menos de una hora, desaparecieron todos los poderes del Estado y un ejército opositor se apoderó de la ciudad capital de Sinaloa. La herencia, el legado ya está dado: no solamente el llamado crimen organizado, sino las bandas de hampones comunes ya saben que las puertas están abiertas para hacer lo que quieran. Saben también que serán tratados humanamente, justo como ellos no tratan a sus víctimas a las que se les ha encontrado apuñaladas, descuartizadas, ahogadas, colgadas, ametralladas y en recompensa obtienen el botín de todo tipo de drogas, trata de esclavas, secuestros, cobro de piso y nuevas formas de extorsión y villanías diversas.

Finalizo con una sentencia de Sun Tzu: "El ataque a las ciudades del enemigo es la peor estrategia; cuando tus fuerzas sean inferiores, debes abstenerte de combatir, pues seguro fracasarás".

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