En nuestra Constitución, en la que se incorpora como dicen los juristas, la Declaración de los derechos humanos, no existe el menor indicio de que la mentira, y subrayadamente la constante, la permanente pueda ser castigada.
Pareciera que ignoramos cómo es que hemos llegado a lo que hoy vivimos: nuestra vida comunitaria e individual está no solo teñida sino ahogada en el miedo. Así lo dijeron el martes pasado en la entrega de los premios de comunicación José Pagés Llergo diferentes personalidades: Sergio García Ramírez, Federico Reyes Heroles, Beatriz Pagés, García Diego, José Carral y hasta Carlos Santamaría, de solo 13 años de edad, quien es acosado por estudiantes y maestros en la Facultad de Ciencias de la UNAM. De modos diversos y en tonos propios de cada quien, señalaron ante una nutrida concurrencia compuesta por científicos, periodistas, empresarios, políticos y analistas que el país vive en la turbulencia del miedo.
Hay miedo para invertir, miedo en el porvenir, miedo cuando nos movilizamos en calles y carreteras, miedo en las escuelas, miedo a caer en los tribunales, miedo en el trato con las autoridades, miedo de salir a divertirnos y miedo en nuestras propias casas.
Desde una treintena de años, las placas tectónicas de nuestra sociedad se desplazan sin lograr alcanzar ni la libertad ni los derechos legítimos que merecemos. Lo obtenido es simple: un deslucido barniz.
Lo que ya habíamos logrado para una minoría y para una categorización de diversas clases medias, se ha perdido. Para los más, quienes se refugiaban en meras expectativas, continúan los sueños más que realidades. Hoy, de manera brutal, todos, en un conjunto sólido, nos enfrentamos a nuestra realidad: un muy difícil presente y un incierto, temeroso futuro.
No quiero desmenuzar el amargo menú que está en nuestras mesas, tomo el plato fuerte: de enero a octubre, nos dice el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (pomposo enunciado para algo tan trágico), de enero a octubre, el número de homicidios que en ese mismo periodo, en el último año de gobierno de Peña Nieto fue de 28 mil 868, ahora en la administración de López Obrador la supera y alcanza la cifra de 29 mil 574. Es el año más violento del que se tenga registro.
Y falta contabilizar los desaparecidos y lo más reciente encontrado: en Tlacomulco, Jalisco, 52 bolsas con 25 hombres y mujeres descuartizados, los diez muertos en Nuevo León y los 25 en Guanajuato. En todos estos casos, a los peritos forenses les ha llamado la atención, la ejecución de mujeres, hombres y niños torturados, desmembrados y quemados vivos.
¿En qué país vivimos cuyos escenarios de horror son los que vivieron las víctimas del nazismo? En los países invadidos, como hoy en México, al padecer miedo, lo primero que se pierde es Libertad, con mayúscula.
Los gobiernos de ayer y el de hoy no han sido eficientes en crear las condiciones necesarias para darnos paz y libertad porque no la valoran aunque la griten en cada acto público, en todos sus discursos, al lado de campesinos, obreros, técnicos, soldados o comerciantes. Mienten para mantenerse en los puestos de mando. Lo mismo del partido tricolor que del azul o del magenta; sean supuestos ecologistas, conservadores o liberales. Todos son idénticos en su ineficacia y en sus dichos propagandísticos.
Y nosotros, los comunes, ¿nos damos cuenta o no que la libertad se anula cuando el gobierno de un solo hombre elimina todos los contrapesos y se da el lujo de elegir a sus opositores? ¿Somos conscientes del estrecho margen de libertad que nos queda, o no?
Lo real es que ya nos hemos acostumbrados a vivir con miedo, sin libertad y lo peor, sin dignidad. Todos los días nos tragamos la terrible impostura e incluso son numerosos quienes la festejan.
Un día llegará en que en la bandera tricolor, deberemos remplazar el color blanco de enmedio por el gris y enviar el águila a volar.