Este jueves en el Old Executive Building, el edificio contiguo al ala oeste de la Casa Blanca donde se encuentran las oficinas de la Presidencia de Estados Unidos, se llevará a cabo la primera reunión en cinco años del Diálogo Económico de Alto Nivel, que iniciaron los presidentes Barack Obama y Enrique Peña Nieto, que suspendieron Donald Trump y Andrés Manuel López Obrador, y que ahora se restablecerá para meter a México en el redil, o visto de otra forma, alinear las políticas de los dos países para lograr los objetivos planteados desde su fundación en 2013, en la definición de prioridades estratégicas y comerciales y la competitividad global de ambas naciones, mediante un plan de trabajo que se revisará con regularidad.
Desde que se instauró, el contexto se ha modificado. Peña Nieto y quien lideraba la delegación mexicana, el entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, son ahora perseguidos en México por la Fiscalía General, mientras que quien encabezaba la estadounidense, Joe Biden, es ahora presidente y López Obrador, que hubiera preferido a Trump como homólogo, tuvo un mal arranque con él. En el sexenio pasado, las políticas estaban alineadas con los demócratas, como lo habían establecido en 2013. Actualmente, a México no le interesa la competitividad global y, por lo mismo, sus prioridades estratégicas y comerciales, que son endogámicas, discrepan de las estadounidenses. En muchos sentidos se dará una refundación del Diálogo Económico de Alto Nivel, o DEAN por sus iniciales.
No dejará de funcionar como el mecanismo político y diplomático que destrababa cualquier problema dentro del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, antes de que llegara a una disputa legal, y revisaba periódicamente el estado de las relaciones económicas y comerciales. A partir del jueves, por los antecedentes, este órgano también será un instrumento de control y rendición de cuentas, donde se verán, entre otras cosas, los cambios de reglas en materia de inversión, que han causado fricciones y diferendos legales.
Aunque en este capítulo no hay modificación sino acotación, dentro de la ambigüedad de los intereses de cada nación, como se mostró desde el viernes pasado en la declaración de la Casa Blanca sobre la reunión del DEAN, se está buscando el reencauzamiento de la relación bajo términos distintos a como los ha estado planteando López Obrador, que cae de manera regular en la retórica pendenciera que utiliza ante audiencias domésticas, y que le han provocado varios extrañamientos y amagos de retaliación. Como principal pilar de este nuevo diálogo la Casa Blanca colocó algo inexistente en el pasado, la reconstrucción de la relación con México, que es el reconocimiento de lo mucho que se dañó durante los cuatro años de Trump.
Pero también, a diferencia de lo que se establecía en 2013, impactado por la extraordinaria pandemia del Covid-19 y la agenda estratégica de Biden, se añadieron tres temas novedosos. El primero, que no existía hace ocho años, la recuperación del coronavirus, el cambio climático –donde los dos presidentes están en las antípodas– y la cooperación en materia de seguridad. El primero y el tercer punto tienen que ver con la frontera entre los dos países, porque el énfasis en la contención de la migración en la frontera sur se ve en otras ventanillas que no necesariamente están en el DEAN, que está más en la seguridad nacional de Estados Unidos y en las decisiones de López Obrador que la han vulnerado.
Dos son fundamentales en este contexto. La apertura de la frontera a la inmigración, donde está el ingrediente de política doméstica que está impactando negativamente en la imagen de Biden y obligándolo a tomar decisiones migratorias similares a las de Trump, y el componente de eventuales terroristas que quieran cruzar la frontera norte de México, potenciado por el regreso de los talibanes al poder en Afganistán. Este último tema está vinculado con las restricciones que se impusieron a los servicios de información policial y de inteligencia desde el año pasado, que afectaron la cooperación que se había alcanzado en los dos sexenios previos.
El gobierno mexicano sabe del interés en estas prioridades desde la semana pasada, al pedir el embajador de Estados Unidos en México, Ken Salazar –que estará en la reunión del jueves–, un encuentro del más alto nivel tan pronto llegue a este país con el Presidente para hablar precisamente de esos temas. La petición de Salazar fue transmitida por medio del secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, sin saberse aún cuándo podría darse ese encuentro. Salazar, que tiene previsto aterrizar en la Ciudad de México el 13 de septiembre, trabajó en el gobierno de Obama y lo conoce bien Biden. Es un ambientalista y promotor de energías limpias, pero el énfasis que impondrá a la relación es el de la seguridad interna y nacional de Estados Unidos.
Salazar será presentado oficialmente a los mexicanos el jueves, pero la reunión la llevará la vicepresidenta Kamala Harris, que ya tuvo una diferencia con el presidente López Obrador en su última reunión virtual, que terminó zanjada de buena manera. El restablecimiento del DEAN será una llave que torcerá más la tuerca sobre el gobierno de México, que ha tenido que aceptar un mecanismo opuesto a la visión estratégica de López Obrador, como ya lo hizo en el tema de la contención de migrantes en la frontera con Guatemala, por la asimetría en la relación bilateral, una realidad a la cual no puede vencer la narrativa del Presidente ni alterarla.
El DEAN, sin embargo, puede ayudar a moderarlo, si no en su palabra, sí en sus acciones, y evitar que sus ocurrencias sigan dominando la vida pública y, sobre todo, las políticas públicas. Washington le ha impuesto un marco de referencia a la relación, pero si actúa con inteligencia y encuentra espacios en la adversidad, podrá sacar provecho para sus intereses y prioridades nacionales, siempre y cuando vuelva a ser el pragmático que hace unos años fue.
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