Santiago 126, en San Jerónimo al sur de la Ciudad de México, es una dirección que no decía nada a muchos. La puerta de madera es discreta y con el ancho para sólo un vehículo. Al cruzarla se abre un gran jardín que creció en una hondonada. En el fondo se encuentra una casa, no inmensa, nada espectacular. Es donde Luis Echeverría vivió por 60 años y que habla en silencio de su personalidad. Los muebles son mexicanos y alrededor de lo que era la mesa familiar, sólo hay equipales. La vajilla es de talavera y los cuadros que saturan las paredes son Riveras, Orozcos y Tamayos. Hay libros apilados por todas partes y fotografías de la historia gloriosa del presidente de México que soñó en el tercer mundo.
Echeverría cumplió recientemente 100 años y la historia no lo deja en paz. Ni lo dejará, si uno observa las reacciones en las redes sociales tras conocerse de su muerte este sábado. Hubo pocos que hablaran algo bueno de Echeverría y su velorio, el sábado por la tarde, sobresalió por la casi nula presencia de toda esa generación de jóvenes en los 70 que él incorporó a la vida política, que controlaron el poder en México hasta la actualidad. Hubo tanta distancia vergonzosa de la clase política, que incluso el presidente Andrés Manuel López Obrador, que abreva tanto del gobierno de Echeverría, ni siquiera utilizó la cuenta de la Presidencia para ofrecer sus condolencias, sino la personal.
Un jefe de Estado murió y el trato, más allá del juicio a su gestión, fue el de un paria. Miles de cables diplomáticos difundidos hace casi una década por WikiLeaks, incluidos decenas que tienen que ver con Echeverría, mostraron los blancos y negros de un político que no polarizaba, sino que encendía la ira en su contra.
Político de formación burocrática, Echeverría fue una persona cuya cara no mostraba sentimientos. Frío por dentro y por fuera, fue funcional como secretario de Gobernación durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, como un colaborador al que no le temblaba la mano para actuar, como ordenó la represión del movimiento médico. El sistema era rígido en ese entonces y en 1968 enfrentó como jefe de la política interna el movimiento estudiantil. Apoyó la represión policial y la negativa del gobierno a abrirse políticamente. La conclusión fue el funesto 2 de octubre de 1968, la matanza de Tlatelolco, donde Echeverría respaldó la mano dura de Díaz Ordaz, contra la postura conciliadora del secretario de la Presidencia y viejo amigo del presidente, Emilio Martínez Manatou. Sin evidencia suficiente para demostrar la hipótesis, se ha planteado que ese conflicto definió también la candidatura presidencial en 1969.
Perverso y vengativo, ya como presidente puso una trampa a Alfonso Martínez Domínguez, muy cercano a Díaz Ordaz, que cuando fue presidente del PRI opinó en contra de Echeverría para que fuera el candidato presidencial. Una vez en el poder, Echeverría lo nombró regente de la ciudad de México, y en 1971, una manifestación para recordar el 2 de octubre, fue reprimida con trabajadores del Metro y grupos de choque integrados por policías y militares, que provocó su caída tras el infame halconazo.
Para curar su imagen, Echeverría cooptó a varios de los intelectuales que habían simpatizado con el movimiento de 1968, y que habían coqueteado con movimientos armados. Sedujo a escritores como Carlos Fuentes y Fernando Benítez, e incorporó al gobierno a políticos como Cuauhtémoc Cárdenas y Víctor Flores Olea, y a varios jóvenes que hoy forman parte del gobierno de López Obrador. En su gobierno, ante la cerrazón, surgieron de manera masiva las guerrillas. Los años de la Guerra Sucia iniciaron.
Su gobierno estuvo lleno de paradojas. En concordancia con las políticas de Estados Unidos, expulsó a más de 50 diplomáticos soviéticos, que habían hecho de México una de las oficinas de la KGB más importantes del mundo, y denunció a Corea del Norte por entrenar guerrilleros mexicanos. Al mismo tiempo, cuando el presidente Richard Nixon lo amenazó con represalias si votaba por la incorporación de China a la ONU, instruyó a la Cancillería cabildear a favor de la entrada de Pekín a la organización.
Echeverría fue el primer presidente que se abrió a África y exploró Asia, y un latinoamericanista que apoyó a Salvador Allende. Cuando le dieron el golpe de Estado, le abrió la puerta a toda la clase política chilena, que encontró en México un santuario. En 1975, enfrentó al dictador español Francisco Franco cuando ordenó la muerte de cinco miembros del Frente Revolucionario Antifascista y Patriota con el salvaje garrote vil.
Pero no fueron esas gestas por las que se le recuerde, sino por su política interna. Le tocó enfrentar el shock petrolero de 1973 que cambió todo, cuando el mundo entró en crisis. Una política económica populista de poco control del gasto lo condujo a una crisis que duró décadas, y meses antes de terminar su sexenio enfrentó procesos de desestabilización, con mucho temor a un golpe de Estado, de alguna medida instigado por la embajada de Estados Unidos.
Todavía hoy se recuerda con odio su política económica. Otros sienten lo mismo, pero por diferentes razones. Perseguido por el gobierno de Vicente Fox acusado de genocidio, fue el primer presidente citado a declarar. El proceso arrancó en 2002 y, luego de cuatro años, fue detenido, aunque por razones de salud cumplió con arraigo domiciliario. En 2009, un juez federal decretó su libertad absoluta y lo exoneraron de la matanza de Tlatelolco.
Las acusaciones siguieron a Echeverría toda su vida, así como la imagen de un populista que llevó a la ruina económica a México. Paradójicamente, su gestión y su fama pública sentaron las bases para la larga transición democrática mexicana que 42 años después llevaron a la Presidencia a un líder social que, sin su solidez ideológica, quiere recrear el mundo que en 1970 ya no existía, para caminar al futuro.
*Extractos de este texto fueron publicados originalmente el 14 de abril de 2013.
Consulta más columnas en nuestra versión impresa, la cual puedes desplegar dando clic aquí