Washington, la capital de Estados Unidos, se divide en cuatro grandes zonas, noroeste y suroeste, noreste y sureste. El noroeste es donde se concentra la principal actividad de la ciudad federal –que habitan mayoritariamente funcionarios, burócratas, legisladores, diplomáticos, cabilderos, consultoras, periodistas y espías– y donde están sus grandes zonas residenciales –como Foxhall y Georgetown–. El sureste es lo contrario, sobre todo en una zona cerca de los límites con Maryland, que se llama Anacostia. Ahí hay barrios donde no se atreve a entrar la policía, y durante mucho tiempo ha existido un acuerdo no escrito entre la autoridad local y los criminales: a cambio de mantener el noroeste libre de delitos, Anacostia era de ellos, para todo su negocio de narcomenudeo.
Por lustros, el narcotráfico ha sido utilizado en Estados Unidos como una herramienta política y para control social. Durante la guerra de Vietnam, el Pentágono le daba drogas sintéticas a los soldados para incrementar su valentía, lo que colateralmente les produjo menos traumas de combate y mayor violencia que llegó a terminar en masacres de civiles. Las drogas viajaron a Estados Unidos, donde ayudaron a que en los turbulentos finales de los 60 ayudara a mitigar las protestas contra la guerra. Cuando peleaban contra Cuba y Rusia en Nicaragua, dejaron que los cárteles mexicanos introdujeran drogas a esa nación, a cambio de transportar armas para la contra antisandinista.
Durante años las drogas han entrado a Estados Unidos por la frontera con México, subrepticiamente y con la cooperación de agentes aduanales y de migración. Cientos de funcionarios federales, estatales y locales han sido detenidos por el FBI por corrupción, y en 2015, John Ehrlichman, uno de los principales asesores de Richard Nixon cuando era jefe de la Casa Blanca, reveló que la guerra contra las drogas que lanzó el presidente en 1971 tuvo como motivación la represión de negros y el movimiento contra la guerra, para ganar la reelección presidencial, que logró.
En Estados Unidos existe un doble lenguaje cuando de combatir al narcotráfico se trata, donde los enemigos siempre están fuera y las víctimas adentro. Es cierto que los cárteles mexicanos, desde finales de los 90, cuando los colombianos comenzaron a pagarles en especie el trasiego de cocaína a Estados Unidos –cuyo dinero convirtió a Miami en una ciudad de ensueño para muchos–, empezaron a tejer redes de distribución en esa nación. Poco discretos, se convirtieron en las cabezas visibles de una madeja de más de 33 mil pandillas nativas que operan en las calles y las prisiones estadounidenses, y de organizaciones trasnacionales de todo el mundo. Una numeralia de la revista Money Inc., que se especializa en hacer comparaciones cuantitativas, tiene en su recuento histórico de multimillonarios capos de la droga, más estadounidenses que mexicanos.
Hace apenas un año, la DEA lanzó la Operación a Toda Marcha (Operation Overdrive) en 34 ciudades de 23 estados, para combatir el drástico incremento de la violencia originada por el tráfico de drogas (30 por ciento se incrementaron los homicidios dolosos entre 2020 y 2021) y las muertes por sobredosis (que mata a 275 personas por día). Tienen un problema serio en Estados Unidos, más grave y delicado que el que tenemos en México por una sencilla razón: la gravitas. Es un mercado más grande, más rico, con un sistema financiero donde se lava todo, y su moneda marca el ritmo en el mundo. La Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Trasnacional, que es una organización no gubernamental con sede en Ginebra, Suiza, con fondos del Departamento de Estado norteamericano y de la Unión Europea, tiene un índice mundial que entre los rubros menos conocidos de su capítulo estadounidense, anotó:
*Hay miles de pandillas activas, involucradas en drogas, armas y tráfico humano, que son violentas. También se mantienen cinco grandes familias que descienden de la Cosa Nostra, que tienen control en Nueva York, el sur de Nueva Jersey y Filadelfia. Existen también las pandillas de motociclistas, que operan en el mercado de las drogas, particularmente transportándolas por las fronteras.
*Estados Unidos tiene el mercado más grande del mundo de tráfico humano, y el trabajo forzado se da principalmente en la construcción, servicio doméstico y los sectores de belleza y agrícolas, mientras que el sexual está en el servicio de acompañamientos, pornografía y prostitución. El tráfico humano se ha consolidado en la frontera con México, involucrando a redes criminales domésticas e internacionales, que pasan a través de los corredores de contrabando, pagando sobornos a funcionarios de bajo nivel, de migración y aduanas.
*Estados Unidos es la principal fuente, destino y tránsito para la flora y fauna ilegal. Asimismo, el oro extraído ilegalmente frecuentemente pasa por Miami en aviones pequeños, como parte de un mercado más grande de minería ilegal en México, Colombia, Venezuela, Perú y Guyana. El oro ilegal es legalizado y se vende en lingotes a corporaciones multinacionales estadounidenses.
*La dominancia global de la moneda estadounidense y el número de transacciones a través de sus bancos crea una vulnerabilidad para el lavado de dinero, particularmente en relación con fraudes, narcotráfico, contrabando humano y corrupción.
*Hay muchos actores extranjeros involucrados en crímenes cibernéticos, con robo de identidad y fraudes financieros y electorales. Los actores extranjeros pueden ejercer poder económico y financiero en Estados Unidos para influenciar elecciones presidenciales y polarizar a la sociedad.
*La corrupción en el gobierno está al alza, y las investigaciones han disminuido. Algunos en el círculo interno de Donald Trump han sido convictos por lavado de dinero, mientras que el expresidente ha sido acusado de haberse relacionado con grupos mafiosos antes de llegar a la Casa Blanca.
El crimen organizado en Estados Unidos no tiene las cabezas visibles que hay en México, pero por cantidad de grupos involucrados, volumen de la actividad, violencia, mercado e ingresos, es mucho más grande y peligroso de lo que podemos imaginarnos. La única, pero gran diferencia entre los dos países, es la impunidad. Allá, si atrapan a alguien en actividades ilegales, va a la cárcel. Aquí, no siempre.
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