Estrictamente Personal

El virus del comunismo

Mejor, imposible. Camino a las elecciones presidenciales más polarizadas en la memoria, y en medio de una fractura del consenso nacional, surge la discusión sobre los libros de texto.

La discusión sobre los nuevos libros de texto ha tenido una variable balística que está superando la de los contenidos y las erratas, y que es reminiscencia de la Guerra Fría, el comunismo. Hay una fuerte corriente de opinión identificando a la obra como un intento por hacer resurgir el “virus comunista” en la educación de los menores, y una respuesta grotesca, como la del presidente Andrés Manuel López Obrador mal imitando al conductor estrella de TV Azteca, Javier Alatorre, o delirante, como la de su videógrafo panfletero, Epigmenio Ibarra. Hay choques estruendosos en la arena pública, cuyo debate ideológico ya vimos cómo empezó, pero no sabemos cómo y cuándo terminará.

Si no estábamos satisfechos con la polarización, aquí tenemos un tema de gran calado y de alegatos patéticos que no aminoran la encendida discusión, sino la atizan; que no buscan encontrar puentes de comunicación y entendimientos entre los antagonismos, sino dinamitarlos. Mejor, imposible, camino a las elecciones presidenciales más polarizadas en la memoria, y en medio de una fractura del consenso nacional.

No es una controversia cosmética. Todo lo contrario. Encuentra alianzas coyunturales en diversos sectores de la clase media que, quizá, muchas veces no logran encontrarse, pero que en esta temática los vinculan con empresarios, grupos y escuelas religiosas. En su libro Clases medias y política en México: la querella escolar, 1959-1963, Soledad Loaeza explica que utilizó la educación en su investigación sobre las clases medias, porque “la querella escolar, que en México queda resumida en la oposición entre el laicismo obligatorio que dicta el Estado y la libertad de enseñanza, constituye el hilo de Ariadna que conduce por el laberinto de las divisiones en el interior de las clases medias y de sus relaciones con el poder”.

Loaeza recuerda en su extraordinario libro que la movilización que provocaron los libros de texto en esos años rompió con dos décadas de inmovilización y conformismo de las clases medias, y tuvo apoyo de grupos sociales estratégicos, donde el anticomunismo –en esos años notablemente gélidos de la Guerra Fría– jugó como el articulador del movimiento contra el estatismo del gobierno y ayudó a la Iglesia católica a recuperar la legitimidad perdida.

Las críticas que se han vertido hoy sobre la instauración de un modelo comunista son debatibles, aunque encuentran raíces en la forma como los libros dividen a la sociedad en clases, critican sistemáticamente al capitalismo y todo el tiempo se refieren a la comunidad como el núcleo central del todo. Pero si sometemos esos planteamientos a la prueba de ácido del marxismo –de Carlos Marx, no Marx Arriaga, coordinador visible de los libros–, no la pasan.

La comunidad refleja la idea de López Obrador de que aparentemente desea una democracia basada en la deliberación y el asambleísmo, un concepto que se origina en su lectura trastocada de las palabras de Abraham Lincoln en Gettysburgh, del “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, pero que en realidad quiere fortalecer la democracia representativa, y que en las elecciones de 2024, por esa vía, gane Morena la mayoría calificada en el Congreso para amartillar su proyecto, mientras que las críticas al capitalismo se contradicen en las páginas que le dedican al Acuerdo Comercial con Estados Unidos y Canadá, al cual se elogia, sin que haya ningún planteamiento de fondo que atente contra la propiedad privada –hay amagos indirectos que pueden apoyar esa interpretación, como en el caso de la minería–, y plantee el cambio en los modos de producción.

Más que una vocación comunista, los libros de texto son una clara muestra de las contradicciones de López Obrador y la peculiaridad de una ideología que no cabe en ninguna conocida y que podríamos definir como lopezobradorista, al ser una amalgama de lo neoliberal, lo socialdemócrata y lo socialcristiano, con un discurso teológico que suena de izquierda y programas sociales con un carácter solidario –como se caracterizaban los del PAN–, pero con una agenda social de derecha.

Los libros contienen pasajes que agravian a una parte importante de la sociedad, como las 12 páginas con las que arranca Un libro sin recetas para la maestra y el maestro de secundaria, que son una apología a los movimientos armados, que tenían mayoritariamente una ideología comunista, en donde los autores del ensayo retoman la semántica guerrillera para caracterizar, por ejemplo, “retención” en lugar de secuestro de una persona, o “cambio en la bitácora de vuelo”, en lugar de secuestro de avión.

Hay otros párrafos, como en el libro sobre Lenguaje de primero de secundaria, que hacen referencia a las escuelas Rabfak, que existieron en la ex Unión Soviética para preparar a los trabajadores a entrar a las instituciones de educación media y superior, que “eran consideradas espacios de conocimiento”, dicen sus autores, quienes adelantan que “el sueño es que las secundarias mexicanas y sus libros de texto puedan lograr esa calidad”.

Las páginas de los libros de texto sudan nostalgia por un mundo comunista que ya no existe –hoy sólo China, Corea del Norte, Cuba, Laos y Vietnam tienen gobiernos que oficialmente son comunistas, aunque en la práctica dejaron de serlo para convertirse en autócratas–, en particular por la Unión Soviética, que ha transitado a una Rusia zarista con un capitalismo de amigos. Pero nada más. Y al mismo tiempo, sin ser una contradicción, nada menos.

La discusión pública sobre “el virus comunista” tiene asideras sociales y raíces en la historia de los libros de texto que, como lo demostró Loaeza, en el gobierno de Adolfo López Mateos articuló a las clases medias, a la Iglesia católica y al sector empresarial, que emprendieron una lucha por años que llegó a la violencia en varias ciudades. López Obrador no puede minimizar esas posiciones mediante la ridiculización, ni sus fieles seguir echando fuego a la hoguera. Que recuerde a López Mateos en su cuarto Informe de Gobierno, cuando dijo a propósito de la polarización por los libros de texto: “La paz escolar es la paz de la nación”.

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