Se puede argumentar que el error político más notable de los últimos 17 años de Andrés Manuel López Obrador, derivado de su soberbia, fue no haberle regalado unos minutos de la mañanera a Xóchitl Gálvez, que pidió, con un mandato judicial, poder replicar una mentira que había dicho sobre su apoyo a programas sociales. La negativa fue acompañada de la explicación banal de que no le daría espacio por “conservadora y porque quiere publicidad”. Gracias al Goliat de Palacio Nacional, la David que aspiraba ser candidata al Gobierno de la Ciudad de México cambió el metabolismo de la elección presidencial de 2024, que se esperaba sería un día de campo para López Obrador y Morena, y despertó expectativas de que la contienda sea competitiva.
Falta mucho para que eso se concrete, pero, por lo pronto, Gálvez y el Frente Amplio por México, que la ungió ayer como su candidata en el Ángel de la Independencia, están en el juego gracias a los errores estratégicos de López Obrador, al atacarla de forma obnubilada y lanzando sus perros de caza para morderla todo el tiempo y a todas horas. El Presidente no le ha hecho caso a quien le ha sugerido en Palacio que la ignore, y su rabia ha sido enfrentada por Gálvez con la técnica de jiu-jitsu, que le permite a un contendiente más débil aprovechar la fuerza del adversario en una estrategia de autodefensa mediante el desgaste.
López Obrador y los morenos parecen noqueados, y en lugar de dar un paso para atrás para reagruparse y recuperar la vertical, continúan viendo estrellas. El Frente recortó sus pérdidas y evitó un sabotaje en la consulta de este domingo, cuya negociación habrá que ver si le costó puntos en la opinión pública –aún no lo mide ninguna encuesta–, pero evitó la ruptura de la alianza, que al final es lo que más importaba para el próximo año. Gálvez recibió el apoyo de todos los partidos y personajes del Frente, y en su calidad de senadora fue quien respondió en esa cámara el viernes el quinto Informe de Gobierno de López Obrador.
Fue un día de campo para la oposición. Torpemente Morena abandonó el pleno en el momento en el que iba a hablar, con lo que le regaló la tribuna a Gálvez para criticar al Presidente sin nadie que la refutara. Morena pudo haber actuado más inteligente y, en lugar de salirse del pleno, evitar que hablara o que se escuchara lo que decía, tomado la tribuna e impedido que la candidata se empoderara y le diera de coscorrones al mandatario. En cambio, decenas de legisladores de la oposición la arroparon en la tribuna y, al final, gritaban con el puño alto llamando a los mexicanos para sumarse a lo que comenzó gracias al combustible que inyectó López Obrador. Al terminar regresó la bancada de Morena para responderle a Gálvez con palabras que no trascendieron a la opinión pública por irrelevantes y guarradas que sí se registraron, con lo que dieron acuse del golpe recibido.
Los principales voceros de López Obrador insisten en que no habrá forma que Gálvez y el Frente descalabren al Presidente y pierda Morena el poder. Su afirmación es tan etérea como quienes afirman que Gálvez será quien abra las puertas de Palacio Nacional que cerró López Obrador. Es muy pronto para adelantar vísperas de lo que sucederá en las elecciones presidenciales dentro de 10 meses. Y aunque las encuestas tienen hoy a Morena delante de la oposición, como lo demuestran las encuestas de dos procesos paradigmáticos en este siglo, es relativo.
En noviembre de 1999, recién empezado el proceso electoral de la lucha por la Presidencia en 2000, las encuestas de Reforma y El Universal daban una amplia ventaja al priista Francisco Labastida sobre el panista Vicente Fox, por 20 y 14 puntos, respectivamente. GEA Isa le daba casi 4 puntos a Labastida sobre Fox, mientras que Milenio tenía 4.4 por ciento al priista encima del panista. La campaña priista estaba confiada y era imposible encontrar a alguien de su equipo que pusiera en duda la victoria. Al arrancar la campaña, sólo GEA Isa tenía a Fox arriba por 5.5 puntos, mientras que los periódicos ubicaban a Labastida encima de Fox por 2 a 4 puntos. En abril y mayo de 2006, en la recta final de la campaña, sólo Reuters/Zogby y GEA Isa daban como vencedor a Fox.
Seis años después, al comenzar el proceso electoral en octubre de 2005, López Obrador le llevaba 19 puntos al panista Felipe Calderón, que se fueron reduciendo lentamente. Al iniciar la campaña en marzo de 2006, López Obrador aventajaba por 8 puntos a Calderón. Esa diferencia, que parecía muy amplia en octubre, se había ido evaporando por errores de López Obrador, como tener un doble equipo, el suyo y el del partido, que chocaban constantemente, gritarle “chachalaca” al presidente Fox por hablar de él en medio de la campaña y no ir al primer debate, porque no lo consideró útil por su ventaja en las encuestas.
Tanto Labastida como López Obrador arrancaron desde posiciones muy cómodas, más que las que hoy tienen las corcholatas del Presidente sobre Gálvez, que desde que le negó el derecho a réplica a mediados de junio, se colocó como la más competitiva frente a cualquier adversario. Dos encuestas que se publicaron la semana pasada muestran a la frentista nueve puntos debajo de Claudia Sheinbaum, la mejor colocada entre los aspirantes de Morena (EL FINANCIERO), y 17 puntos detrás de la exjefa de Gobierno de la Ciudad de México (Reforma).
Vista la experiencia, se puede argumentar que la elección está abierta. Sheinbaum lleva más de tres años en campaña e impulsada todo el tiempo por López Obrador, que tiene alrededor de 60 por ciento de popularidad. Gálvez no existía nacionalmente hace dos meses y medio, y hoy es la candidata presidencial del Frente, muy popular entre la ciudadanía. El miércoles Morena define quién será candidato presidencial, y empezará un nuevo e interesante juego, gracias a López Obrador.
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