La Comisión de Quejas y Denuncias del Instituto Nacional Electoral determinó que la edición 3678 de la revista Siempre!, en cuya portada se dibujaba el perfil de la candidata presidencial Claudia Sheinbaum con un listón en el pelo con la suástica nazi, fomentaba el discurso de odio e incitaba a la discriminación o a la violencia, lo cual no estaba amparado bajo la libertad periodística, y ordenó a la publicación suspender la reproducción, circulación, distribución, venta y promoción de ese ejemplar, así como eliminarlo de cualquier plataforma donde se difundiera. La portada provocó un escándalo político, pero no una discusión seria. Tampoco ayudó el encuadre que le dio la directora de la revista, Beatriz Pagés, durante una entrevista el 11 de diciembre con Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula, donde dijo que no eran los límites de la libertad de expresión lo que estaba en el centro del debate, sino la disputa por el poder.
Pagés reaccionó a un desplegado que se había publicado la víspera en La Jornada, firmado por un grupo plural, incluso con posiciones políticas e ideológicas enfrentadas, que habían repudiado la portada por haber cruzado una línea “inadmisible”, que no sólo era “deshonesta y ofensiva contra Claudia Sheinbaum, sino con las verdaderas víctimas del fascismo, con sus familiares y con los millones de personas que han luchado por la memoria y la no repetición” del genocidio nazi contra el pueblo judío.
En el desplegado figuraban entre los abajofirmantes autores de caricaturas que en el pasado habían pintado a políticos panistas como nazis, y otros profesionales que nunca se han pronunciado en protesta por el discurso discriminatorio que algunos de sus compañeros de rúbrica han utilizado sistemáticamente en los últimos cinco años, en repetición de la retórica incendiaria del Presidente. Pero más allá de la discrecionalidad de la protesta, que inspiró el que hubiera sido Sheinbaum la receptora de la desafortunada portada de Siempre!, el debate de fondo, porque es lo que perdura más allá de los calendarios electorales y los sexenios, es el de la libertad de expresión.
Quienes firmaron, la mayoría genuinamente en su probado espíritu democrático, ¿no cruzaron la línea de la censura? ¿El INE no vio la confrontación de derechos y buscó conciliar con los de la libertad de expresión? La propia Sheinbaum, que reaccionó con energía y calificó la portada como “infamia”, pero incursionó en un terreno pantanoso cuando dijo que “tampoco (había) que dejar pasar”, ¿acaso vislumbró disposición a ejercer la censura sin ver todos los ángulos posibles que la pudieran llevar a cercenar la libertad de expresión cuando se trate de “la derecha recalcitrante (que) usa la discriminación y el odio?”.
En nuestra joven democracia las controversias son muy encendidas, algunas enriquecedoras, pero cortoplacistas. Un tema como el de la portada de Siempre! podría haber sido el pretexto para discutir sobre la libertad de expresión, que siempre está en la punta de la lengua, pero que, como sucedió ahora, cuando nos exige reflexión para un tema de líneas tan delgadas y complejas como fue esa imagen, nos quedamos en el choque político e ideológico.
Un episodio que sucedió a la pequeña ciudad de Skokie, a unos 45 kilómetros de Chicago, en 1977, nos vendría bien para ver otro ángulo a la polémica levantada. Skokie fue la ciudad donde el Partido Nacional Socialista de Estados Unidos decidió realizar una marcha. No fue un lugar escogido al azar. Todo lo contrario. La mitad de la población era judía y había muchos –nunca se han puesto de acuerdo cuántos– que habían sobrevivido el Holocausto, por lo que una corte del condado prohibió que los manifestantes vistieran uniformes nazis y se colocaran suásticas. Además iban a portar pancartas que decían: “Libertad de expresión para la gente blanca”.
El líder del partido, Frank Collin, buscó abogados para apelar al tribunal y llamó a la oficina en Chicago de Unión Americana de Derechos Civiles, cuyas siglas en inglés son ACLU, para que los defendiera. Collin y el abogado que tomó el caso se presentaron en la audiencia, donde el juez del condado ratificó la prohibición. El abogado preparó una “apelación de emergencia”, pero ni la Corte de Apelaciones ni la Suprema Corte de Illinois respondieron su petición. Sin otra alternativa, llevaron el caso a la Suprema Corte de Justicia, que ordenó a los tribunales en Illinois resolver el caso con prontitud, porque como los derechos de la Primera Enmienda estaban en riesgo, deberían aplicar salvaguardas procedimentales estrictas y revisarlo.
La Corte en Illinois redujo la prohibición a las suásticas, permitiendo que utilizaran sus uniformes nazis, pero la Suprema Corte de Justicia volvió a revocar el fallo. Al final, por intermediación del Departamento de Justicia, Collin dijo de manera voluntaria que trasladarían la marcha a Chicago si la podían hacer en el centro de la ciudad y se frenaba una iniciativa restrictiva de la libertad de expresión en la Asamblea General de Illinois. Las autoridades autorizaron la marcha y un voto mayoritariamente en contra sepultó la iniciativa. La reacción de la comunidad judía en Skokie fue construir un museo para conmemorar el Holocausto.
El abogado del líder nazi era David Goldberger, un judío que tomó el caso, como detalló años después en un ensayo, porque la prohibición constituía una amenaza a las libertades constitucionales. Fue una posición muy controvertida en esa época, recibió amenazas, agresiones y unos 50 mil miembros de la ACLU en Estados Unidos renunciaron en protesta por la defensa de los nazis, cuyo caso se convirtió en uno de los paradigmáticos en la defensa de la libertad de expresión.
Skokie es un modelo para analizar en México las consecuencias de los fenómenos políticos en el largo plazo. Allá fue la Constitución la que defendió la libertad de expresión, revirtiendo fallos más viejos. Aquí no existe ese nivel de sofisticación, pero algo bueno salió del repudio popular: los síntomas para la autorregulación de los excesos, como fue en el caso de la portada de Siempre!, por la cual Pagés aún debe una disculpa pública a Sheinbaum.