Finalmente, hoy arrancarán las campañas presidenciales y toda una cascada de contiendas en más de 20 mil puestos de elección popular que estarán en juego. Son las más grandes en la historia mexicana, pero también pueden ser vistas como las más críticas que hemos vivido, al ponerse en juego un modelo de nación que nos definirá en los años por venir.
La candidata oficialista a la Presidencia, Claudia Sheinbaum, repite la frase de su jefe político, Andrés Manuel López Obrador, de que es la cuarta transformación; Xóchitl Gálvez, la candidata de la oposición, es la voz de los muchos que piensan que es una lucha por la democracia contra la dictadura. En ambos casos se exagera. Ni hay una transformación como lo fueron la Independencia o la Revolución, ni se resolverá en las urnas el dilema entre democracia y dictadura.
Lo que puede proponerse como la disyuntiva de fondo, es cómo quieren los mexicanos que los gobiernen: el poder concentrado en una persona, o pesos y contrapesos que eviten abusos y excesos, con mecanismos de rendición de cuentas. Trasladado a categorías políticas, el primer caso entra en el casillero de los autócratas, que ejercen el poder de manera suprema, para lo cual van destruyendo, colonizando o neutralizando las instituciones democráticas (se les llama demócratas iliberales), y el segundo en los demócratas (liberales), que apuntalan un Estado de derecho y libertades.
La democracia es un sistema que sangra fuertemente por una herida causada por la insatisfacción de la gente con los resultados prometidos hace poco más de 30 años, de una sociedad más justa, con menos pobres y mayor bienestar, que no se concretaron. Un informe de la Fundación Banco Santander sobre “la crisis de las democracias liberales”, encontró que en 2022, un total de 42 países, que representaban a 43 por ciento de la población mundial, tenían regímenes autócratas, y 28 por ciento de la población vivía en autocracias cerradas –cerca del umbral de la dictadura–, contra 13 por ciento de la población que aún vivía bajo democracias liberales.
El choque de modelo de gobierno y de organización de la sociedad no es un desafío que sólo enfrente México este año. Este año habrá 76 elecciones, que movilizarán a 51 por ciento de la población mundial –poco más de 4 mil millones de personas–, donde las más importantes, Estados Unidos, India, Rusia, Turquía y Venezuela, definirán qué tipo de gobernante quieren. En dos de las tres elecciones ya celebradas este año, donde el dilema está planteado, ganaron los autócratas, Nayib Bukele, el presidente salvadoreño, reelecto abrumadoramente porque los votantes prefirieron que violara derechos humanos a cambio de que puedan caminar sin miedo en las calles, y Prabowo Subianto, con un pasado de violador de derechos humanos, que se impuso en Indonesia.
Donald Trump, Narendra Modi, Vladímir Putin, Recep Erdoğan y Nicolás Maduro tienen altas probabilidades de gobernar sus países el próximo año, como en México Sheinbaum, si las encuestas están midiendo bien el apoyo a la candidata oficialista y no es una respuesta espejo de la popularidad de López Obrador, y Gálvez fracasa en su campaña para revertir la desventaja. Sheinbaum, como el Presidente, sostiene que México se encuentra en su mejor momento de la democracia, aunque las acciones de López Obrador y el compromiso de la candidata por seguir a pie juntillas lo que le marque, preconfiguran más una democracia iliberal que una liberal.
La pregunta de qué es lo que preferirán los mexicanos será respondida en las urnas el 2 de junio. Sin embargo, hay algunas señales sobre lo que podríamos esperar. Un estudio que publicó esta semana el Pew Research Center de Washington sobre la salud de la democracia en 24 países revela que en muchos de ellos se ha deteriorado en los últimos seis años. En promedio, 59 por ciento de las personas que fueron encuestadas para este informe se dijo insatisfecho por la forma como su democracia está funcionando, 42 por ciento señaló que ningún partido político en su país representa sus puntos de vista, y 74 por ciento piensa que a los funcionarios electos en las urnas no les interesa lo que piensa la gente de ellos.
Para quienes creen en la democracia, los resultados del estudio se ponen peor. México, entre toda esa veintena de naciones, es donde se ha deteriorado con mayor velocidad, y figura junto a otros seis países –Alemania, Argentina, Brasil, Corea del Sur, India, Kenia y Polonia–, donde el respaldo a un líder de mano dura se incrementó. Sin embargo, la mayor degradación de la democracia como sistema de organización social y política fue aquí, en México, donde el aval a un líder democrático cayó de 67 a 48 por ciento entre 2017 y 2023, y el respaldo a la mano dura subió de 27 a 48 por ciento.
México también encabezó la lista de las 24 naciones entre quienes piensan que un líder no electo es mejor que uno que es electo, cuya pérdida de confianza pasó de 41 por ciento en 2017 a 25 por ciento en 2023, mientras que la creencia de que a los funcionarios que llegaron mediante el voto popular no les interesa la gente, está arraigada en ocho de cada diez mexicanos. Si López Obrador es el arquetipo de un autócrata –con Sheinbaum como copia al carbón–, la sociedad mexicana está mostrando que eso es lo que quiere.
Su antídoto estaría en las urnas. Como escribió Milan Svolik, politólogo de Yale, en un ensayo en 2019, “los votantes en las democracias tienen a su disposición un instrumento esencial de la autodefensa de la democracia: las elecciones. Ellos pueden parar a los políticos con ambiciones autoritarias simplemente votando contra ellos”. Pero, ¿qué puede fallar?
“En electorados altamente polarizados, aun los votantes que valoran la democracia estarían dispuestos a sacrificar una competencia democrática justa y elegir a quienes defiendan sus intereses”, respondió. “Cuando castigar las tendencias autoritarias de un líder requiere votar por una plataforma, un partido o una persona que sus seguidores detestan, muchos considerarán que es un precio demasiado alto a pagar”.
¿Nos encontramos en ese punto? Hoy, todo apunta a que sí.