Estaba tan cantada la victoria de Alejandro Moreno en la elección para presidir al PRI, que se percibió como un hecho irrelevante. No generó expectativas ni inyectó ánimo. La carga negativa que arrastra el partido habría perjudicado a cualquiera que ganara, porque el lastre va más allá de las personas. Por lo mismo, Moreno tiene una enorme posibilidad y oportunidad para convertir la crisis en la que está el PRI a una etapa de vida, o será quien termine de enterrar al partido cuya hegemonía él vio en su fase terminal. Lo que tiene que hacer es aquello por lo que los gobernadores priistas le dieron su apoyo, al considerar que el partido requería de una cara diferente que tuviera, sobre todo, ganas de encabezarlo.
Moreno lo dejó entrever varias veces durante su campaña, cuando sus adversarios cambiaban su sobrenombre Alito por Amlito, dada la forma como el entonces gobernador de Campeche trataba al presidente Andrés Manuel López Obrador. En su defensa recordaba las declaraciones que hizo durante la campaña presidencial donde lo confrontó, buscando comprensión por la condición en que se encontraba y la necesidad que tenía para impedir castigos presupuestales. Eso ya acabó, y ahora deberá probar que ni es un apéndice de López Obrador, ni el PRI será un partido satélite de Morena.
Alito lo necesita hacer rápido y que la gente lo note. Requiere ganar espacio y credibilidad para recuperar votos y que en las elecciones intermedias de 2021 no se evapore el PRI. Necesita hacer espuma y que López Obrador se enganche con sus provocaciones –porque sólo con provocaciones podrá captar la atención– y, dependiendo de cómo lo ejecute y gestione, ganará credibilidad en su liderazgo y construirá expectativas para el PRI. De otra forma quedará sepultado por el PAN, y eventualmente será rebasado por Movimiento Ciudadano, cuya tendencia va al alza.
La única forma como puede hacerlo es aplicar la receta que siguió López Obrador cuando fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal y quería atraer la atención de los capitalinos para mostrar que estaba atento y resolviendo los problemas de la ciudad, y después, al ver el peso de su palabra, marcar agenda para construir su primera candidatura presidencial. Es decir, necesita crear una contramañanera. Si el Presidente ha hecho de su mañanera la forma de gobernar, el mismo formato debe ser empleado para ser oposición. Lo tradicional quedó obsoleto y huele a rancio. La mesa está servida.
Hasta ahora, López Obrador tiene a la sociedad de rehén a lo que pueda hacer o decir en las mañaneras. Sus interlocutores son pasivos, expectantes y temerosos de que puedan ser objeto de consideraciones negativas. Salvo en los medios de comunicación, nadie lo ha confrontado con hechos y en dichos. Moreno no tiene que imaginarse y diseñar la forma como va a ser líder en la oposición, sino aplicar la fórmula exitosa de López Obrador. ¿Lo logrará?
No es lo mismo López Obrador que Moreno. De hecho, el único antídoto perfecto contra López Obrador sería tener como cuña al propio López Obrador. En la visión de los gobernadores priistas, Alito es lo más cercano que tienen a ese ideal. En el ideal de Alito, eso es exactamente lo que desea. La traducción operativa de ello sería esa contramañanera que podría tener diariamente, una hora después de que el Presidente terminara su comparecencia pública, sólo para refutarlo, mostrar sus contradicciones, imprecisiones o falsedades. Sus posibilidades de atraparlo en las propias trampas que construye el Presidente son inmensas. De acuerdo con SPIN Taller de Comunicación Política, hasta ayer lunes, López Obrador llevaba 175 mañaneras –contadas únicamente de lunes a viernes–, en su joven sexenio, donde produce 245 afirmaciones "no verdaderas" por semana, de las cuales seis son claramente falsas.
Si López Obrador ha hablado en promedio 89 minutos durante esas mañaneras y controla de manera centralizada el mensaje, el discurso y el protagonismo, los márgenes de equivocación son enormes. Y algunos de esos errores son monumentales, como cuando dijo que había imprenta en México desde hacía 10 mil años, cuando en realidad Johann Gutenberg la inventó hasta 1452 en Alemania. Este lunes afirmó, como explicación del porqué el equipo mexicano había tenido tan alto rendimiento en los Juegos Panamericanos de Lima, que las cosas ya habían cambiado, que el ánimo estaba en alto y había desaparecido, salvo en pequeños grupos, el mal humor social. ¿Cómo midió el Presidente el humor social? El cuestionamiento podría ser directo, inclusive con bromas y provocaciones: ¿el humor social lo mide el índice de la felicidad del Presidente?
Moreno no tiene que ser grosero con el Presidente, pero sí presentar el contraste con sentido del humor y trabajo sofisticado, que le dé rapidez y profundidad para poder responderle casi en tiempo real a López Obrador. Su trabajo sería el equivalente a lo que en el Reino Unido es el "gabinete en la sombra", que opera dentro del sistema parlamentario donde un grupo de expertos de la oposición, bajo el liderazgo del presidente de la Cámara de los Comunes, forman un gabinete espejo para analizar las políticas y acciones del gobierno. La oposición en San Lázaro y el Senado no se atrevieron a poner en práctica esa iniciativa, pero Moreno tiene la mesa puesta para ello.
Prominencia, reflectores, empatía y credibilidad es lo que necesita Moreno para ser un buen dirigente en tiempos extraordinarios, por las características políticas y mediáticas de López Obrador. Sin embargo, no tiene mucho espacio para dónde moverse, si quiere el nuevo líder del PRI trascender, ser relevante, significar algo en la política y, sobre todo, ser un dirigente digno de oposición y no un palero del régimen, que son las disyuntivas a las cuales se enfrentará.